Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Un hombre para la eternidad
Crónica levantisca
Cada mediodía contamos vivos, infectados y muertos, y así llevamos cuarenta días. Cada mediodía también ciframos los curados, los encamados en las UCI y el porcentaje de inclinación de la curva. Hay quien se lleva media vida contando los dientes de sierra de la cotización bursátil, y si no compromete su bolsillo con algunos de los valores cerrará el ordenador y hasta mañana.
No es, como muchos odiadores opinan, un acto frío, casi deshumanizado. Sabemos qué estamos contando y qué buscamos a través de esos patrones de números y porcentajes: la ventana, la puerta, la salida, el cielo con nubes de esta lluviosa primavera.
La contabilización del mediodía define el ánimo del resto de la jornada. Los suelta el Ministerio de Sanidad, y casi al mismo tiempo los colocamos en las páginas digitales de este diario. Cada día ya son más provincias andaluzas donde hay cero muertos, incluso ningún contagio, pero cada uno de estos días pesa sobre el otro, la certeza de que habrá que esperar ahora a mediados de mayo para disfrutar de la calle y el aire libre es frustrante.
Pero llega un soplo de resilencia y uno se recompone.
Casi a la vez que publicamos el dato en este diario, lo colocamos en una red social. En Twitter, y aún no sé por qué. En los últimos días, suelto el dato y me marcho, ante la certeza comprobada de que me hará más daño Twitter que el conteo de muertos, curados y encamados.
Un ejército de odiadores reales y otro de perfiles inventados se ha hecho dueño de esta red que hoy es una pocilga de emociones donde cada gladiador quiere matar más. Hay bulos y mentiras, muy mala leche y bastante agresividad, pero el objetivo de la mayoría de campañas de desinformación no es otro que el de la reafirmación, de la autocomplacencia en nuestras propias ideas. Hay quien demuestra cada hora que este Pedro Sánchez mata, que una Cataluña independiente sería más sana o que Rajoy fue el verdadero culpable del desastre sanitario de la pandemia, junto a las multinacionales, Zara y la troika. Después están los esotéricos, que vienen demostrando que los mismos que conspiraron con ETA en el 11-M son los que han mutado el virus para convertir España en una dictadura chavista.
Apago. Suelto el dato en Twitter y me marcho, entro con mascarillas y guantes y con cierto sonrojo al sentirme un poco Paulo Coelho.
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