Fernando Taboada

Cuestión de ánimo

HABLADURÍAS

07 de febrero 2009 - 01:00

LO ha dicho el presidente: la Economía es un estado de ánimo. ¿Qué pensaban ustedes, que era todo ese jaleo del mercado, las divisas y el Fondo Monetario Internacional? Pues vaya despiste. ¿No les da vergüenza ser tan ignorantes? La Economía es como salir de picnic con la familia: una cuestión de ganas. Se apetece o no se apetece. Lo que aún no me han aclarado es por qué, tratándose de un estado de ánimo, cómo es que tradicionalmente se ha dejado en manos de expertos, tan serios ellos, que dominan a la perfección el laberinto de las finanzas y la especulación, cuando lo suyo hubiera sido dejar la Economía en manos de gente más campechana y jovial. Son ganas de perder tiempo con tantos maletines y tanto traje azul si, para afrontar esta crisis, lo suyo hubiera sido contratar un grupo de animadoras, como las que salen en los descansos del baloncesto agitando los pompones.

Estas cosas se avisan, pues hay una gran mayoría de ciudadanos que -de puro torpes que son- se estaban estrujando las meninges, haciendo cuentas como locos para poder seguir afrontando la hipoteca sin que les cortaran la luz y el teléfono por impago, y lo que les hacía falta, en lugar de agobiarse tontamente, en vez de recorrer bancos y perder la dignidad mendigando préstamos, era pedir cita con el psicoanalista y contarle las penas, que el ánimo del bolsillo, según parece, se viene arriba con un poco de terapia.

Usted, querida amiga, preocupada por las facturas, y sin saber que el remedio estaba a la vuelta de la esquina. En la farmacia sin ir más lejos. ¿Cómo que no hay recetas contra la crisis? Pues claro que las hay: se llaman ansiolíticos y los prescribe cualquier médico en el ambulatorio.

Es reconfortante para una familia que las esté pasando canutas saber que, con ilusión, todo serán facilidades. Vamos, que si se les nota mucho la angustia, lo van a tener crudo para llenar la nevera, porque con el ánimo por los suelos es muy difícil consumir a gusto. Pero si entran todos juntos en el supermercado, dando brincos y con una sonrisa de oreja a oreja, llenar el carro, sin reparar en lo que cuestan ni el caviar ni los vinos de gran reserva, será coser y cantar. Al pasar por caja, cuando pregunten si se va a pagar en efectivo o con tarjeta, bastará con decir que la vida es hermosa, que hace un día estupendo y que es maravilloso consumir sin llevar un duro en el bolsillo. El encargado de seguridad se acercará y, con tono afable, mientras acaricia la cabeza a los pequeños por haber cogido tantas chocolatinas, felicitará a los padres por su actitud tan positiva ante la crisis. Pero claro, esto no lo saben entender los pobres. En vez de animarse y alquilar limusinas para fardar en el comedor de caridad, prefieren pasarse el día quejándose. Ni que tuviera algún mérito quejarse cuando se vive al borde de la miseria.

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