Desde que san Valentín hiciera de las suyas haciendo de casamentero en el imperio romano, hasta nuestros días, mucho han cambiado las cosas. Ahora, más que una fiesta religiosa es una enorme manifestación de cultura consumidora y un engañabobos de cuidado. Se venden corazones hinchables y cenas románticas como churros como si la gente no supiera que es un látido suspirado. No en vano, lo de convertir el amor en moneda de pago parece más de un Judas yihadista que de una Julieta desbocada por los efluvios hormonales. Aun así, el día de los enamorados está moviendo pasiones. Caballeros de corbata y chaqueta caídos en gracia haciendo tríos por la diestra andaluza. Gente que usa la zurda para hacerse cortes de manga morados entre ellos. Manifestaciones de amor por una bandera más exagerada e interesada que nunca y gente enamoradísima de los montajes en audiovisuales para hacer parecer lo que no es verdad. Demasiada pasión por hablar de concordias en vez de memoria histórica y por tener elecciones cada trimestre. Mucho especímen de personajillos que usan las flechas de Cupido para hacer pupa donde más duele a quienes menos culpa tienen. Un buen número de borregos luchando por amor a unas siglas. Y sobre todo, demasiado animal suelto que confunde su amor de descargas de pareja con la testosterona bruta y despiadada que acaba con otras vidas. Por todo ello, es incomprensible un día de los enamorados en una sociedad tan machista, cuando más que nunca habría que abogar por un año completo del amor desinteresado para que las endorfinas placenteras fuesen siempre protagonistas. Con independencia de la química de nuestro cerebro cuando se enamora, habría que hacer un análisis social de la mentira que también rezuma tanta compraventa de sentimientos. Por lo que pueda pasar en un futuro.

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