Habladurías

Fernando / taboada

Cursos de pillaje

ASÍ, a bote pronto, se me ocurren dos formas de llegar a ser experto en operaciones financieras: la ortodoxa, que consiste en pasar por una Facultad de Económicas, leer mucha prensa de color salmón, haber cursado algún máster y, por supuesto, tener olfato para los negocios. La segunda, menos trabajosa, consiste en comprarse unos botes de gomina, unos tirantes, imprimirse unas tarjetas de visita que digan que se es experto en operaciones financieras, pero todo ello echándole un poco de labia para que no se note demasiado que no se ha acabado siquiera el bachillerato.

Desde aquel célebre director de la Guardia Civil, que llegó a tan alto cargo presumiendo de ser ingeniero, cuando podía haber dicho perfectamente que era neurocirujano, o banderillero en la cuadrilla de Antoñete -porque no habría resultado menos falso-, la cantidad de fantasmas que han preferido emplear los atajos del embuste para llegar arriba han sido legión.

El último caso reconocido de un personaje que haya sabido convertir el currículum en un género literario lo tenemos en ese ejecutivo del que se habla tanto últimamente. Me refiero a ese que, tras sacarse de la manga una empresa innovadora, con unas posibilidades de expansión enormes, ha acabado llevando a la ruina a sus miles de inversores, entre otras cosas porque el mozo no solo era experto en inflar sus méritos académicos, sino que también era capaz de inventarse las cuentas del negocio, sin que nadie sospechara que aquello había quebrado hace tiempo.

Para casos como el de este empresario ejemplar (que tuvo la feliz idea de colocar a la cajera de un supermercado como jefa de administración de la compañía, y que tampoco tuvo empacho a la hora de conseguir que la chica que venía a casa a limpiarle el polvo dejara el plumero para ponerse al frente de sus negocios) habría que habilitar unos centros de formación especializada. Porque -no lo neguemos- resulta bochornoso ver a toda esta gente que no tiene ni idea desfilar después camino del juzgado.

Para dejar de ofrecer esa imagen de principiantes y empezar a atraer inversiones extranjeras, vendrían que ni pintadas todas aquellas academias que en su día se beneficiaron de los fondos europeos y que organizaron un montón de cursos que, sin impartirse siquiera, procuraron a sus propietarios unos dividendos de esos que llaman pingües. Con una amplia experiencia en la falsificación de títulos (ya que muchas de esas academias se especializaron en imprimir toda clase de diplomas apócrifos y de otorgar títulos de unos cursos para los que ni habían contratado profesores) y con una acreditada trayectoria en el desvío de fondos públicos (pues las correspondientes subvenciones acababan en manos de los propietarios de esos presuntos centros de formación, que lo mismo tenían su sede en un bar que en una recova) tendríamos que plantearnos seriamente si no serían estos peritos del pillaje quienes deberían encargarse de formar a las futuras generaciones. Cualquier cosa menos dar la imagen que estamos dando de chapuceros.

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