Descanso dominical
Javier Benítez
Volver (y I)
Monticello
La Segunda Restauración transita por un capítulo cuyo origen está, no en la abdicación de Juan Carlos I, sino en un acto inédito e inesperado, como el discurso que su sucesor, Felipe VI, profirió el 3 de octubre de 2017. Más allá del juicio que tengamos sobre la oportunidad y adecuación constitucional de este mensaje, lo cierto es que desde ese momento han cambiado las aspiraciones que respecto a este órgano se depositan en ciertos ámbitos. De la comprensión, discutible, del Jefe del Estado como defensor de la Constitución se ha transitado a una idea del Rey como contrapeso político al ejecutivo. Esta idea está tras los vítores al Rey, normalizados en la derecha española, pero también ha sido ungida en ámbitos periodísticos y académicos. Sin quitar el mérito a su versión castiza, esbozada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, al apelar al Rey, a la Guardia Civil y al propio Madrid, como límites al Gobierno de España, más significativo es que esta encomendación a la Corona se normalice en estos otros círculos intelectuales. La idea que poco a poco cala es que el Rey, no neutralizado por la Constitución, posee un poder de reserva que podría hacer valer llegado el caso frente una realidad política materialmente desordenada. La posibilidad de un tres de octubre en defensa de ese orden, no ya contra el independentismo, sino contra el propio Gobierno de España, no tendría por qué tener la forma de un discurso, sino la de la simple no sanción regia de algún acto del Gobierno, como se sugirió a propósito de los indultos a los líderes del procés. El sueño de un Rey jacobino y vigilante frente a ciertas líneas políticas es un sueño legítimo, como legítimo es el paralelismo elogioso que hace poco trazaba entre Felipe VI y Carlos III, déspota ilustrado, un intelectual de la causa. En todo caso, de estos sueños a la pesadilla constitucional solo hay un paso, y cabe recordar algo tan básico como que la forma efectiva de hacer frente a este Gobierno es logrando una mayoría de investidura de 176 diputados en la próxima legislatura. Advertía el viejo Ferdinand Lassalle para la Monarquía constitucional algo que es más válido aún para la parlamentaria: cuando un grupo de partidos se parapeta en torno al monarca condenan a éste a desaparecer. Desde luego, a Felipe VI le sobran estas lecturas y conoce bien qué flancos se abren por cada vítor partidista a su persona. Para quienes creemos que es importante conservar esta forma política del Estado español, resulta también obligado recordarlo.
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