Cuarto de Muestras

Demasiado rudo

Ha surgido un nuevo político de diseño que habla en tono mongil y aleccionador, bajito pero impertinente

El ruido no cambia la vda, la altera. Siempre molesto, se hace con el sitio que le dejemos. Nos reclama nuestra atención para que sólo estemos atentos a él, distraídos de lo que en verdad nos interesa. Cuando nos sorprende un ruido molesto, paradójicamente en lugar de acallarlo y no hacerle caso, guardamos pronto silencio para escucharlo mejor, para saber de dónde viene y familiarizarnos con él, le cedemos todos nuestros pensamientos e incluso la paz de nuestro espíritu. Nos distorsiona la mirada, de tal modo que ya no vemos nada porque todo se vuelve búsqueda, batida estéril. Inclinamos la cabeza y como los perros rastrean con su hocico, buscamos a nuestro alrededor cualquier pista que nos permita localizarlo y conocer su procedencia para acabar con él. A veces el resultado de las pesquisas es decepcionante porque se trata de algo más que previsible, una tontería. Otras, el ruido se acalla antes de que demos con él. Lo peor es cuando el ruido es perfectamente identificable, pero no podemos hacer nada para silenciarlo porque está fuera de nuestra jurisdicción. Vecinos, animales, coches, sirenas, alarmas, locos y cuerdos de la calle, gente escandalosa.

Los políticos actuales son de mucho ruido y pocas nueces. Cuando despiertan la atención del respetable no es por nada bueno ni interesante para la ciudadanía sino para reivindicarse a sí mismos o, como los niños chicos, para llamar la atención con sus pataletas. No me lo digan, que ya lo he visto. Ha surgido un nuevo político de diseño que habla en tono monjil y aleccionador, bajito pero impertinente. No digo nombres.

Ese ruido inútil es llevado a las noticias que se repiten día tras días con el consiguiente sermón del locutor de radio, que también suele ser ruido. Pero cuando salimos a la calle por la mañana la vida es otra, tiene otro sonido. El de los mirlos, el de los niños de uniforme camino del colegio, el del barrendero con su equipo psicodélico, el del padre que acompaña a su hijo en bici con toda su grandeza, el de las limpiadoras que chismorrean a la puerta de sus trabajos, el de la algarabía que se escapa del patio del instituto, el de la persiana de un negocio que abre, el de dos adolescentes que pasan a nuestro lado cantando una letra imposible, el del cuponero que canta su suerte. El silencio que sale de una iglesia abierta pero vacía. El sonido que no oímos, el de la vida.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios