Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

El triunfo de lo efímero

LAS flores se marchitan, tienen el tiempo limitado: efímeras, momentáneas, transitorias, precarias ‘apenas un breve y veloz vuelo’… Cumplen, sin embargo, su cometido en esa estrechez de crono que les corresponde. Existen por existir. Algunas tienen la suerte de ser contempladas por nosotros, medidores de la existencia ¿Tendrán sentidos aquellas que florecen en las cúspides inaccesibles, alejadas de las miradas? Porque no siempre lo efímero significa lo negativo y descartable; se dice que es poco sólido, inconstante y frágil, a lo que tiene fugacidad en el tiempo; aunque la caducidad, que yo sepa, viene marcada en todas las etiquetas de los yogures y los genes…

Quiero resaltar la trascendencia de lo efímero, frente a esa filosofía que lo considera como un obstáculo para percibir la esencia. Creo que hay huellas infinitas en la flor de un solo día. No es negativo aquello que no es duradero. La transitoriedad ofrece movimiento y renovación. Por ejemplo, un presidente de gobierno no es bueno que sea permanente; sobre todo hoy, que todo está en movimiento darwiniano y en dialéctica libero-materialista de horizontalismo intrascendente. Me gustaría saber qué es lo que permanece en esta sociedad tan líquida e inestable. Me daría cierta paz para saber a qué atenerme entre el bien y el mal, incluso encontraría garantía para el orden y el funcionamiento de la república independiente de mi casa (que dice el ‘filósofo’ IKEA). Está claro que lo que hoy permanece es el cambio. Lo tenían claro los filósofos griegos. Decía un tal Heráclito que todo fluye, que todo se hace y va dejando de ser, que va siendo mientras deja de ser. Está claro, uno es joven mientras va dejando de serlo. Decía Parménides, otro griego, a quien le gustaba llevar la contraria, que lo importante es lo permanente, porque, según él, fija la esencia en lo que es. Lo que es, es. Y todo lo esencial es inamovible ¡Toma ya! Y se queda tan pancho; mientras, nosotros, permanecemos confusos y fluidos.

¡Qué difícil es conciliar el ser y el tiempo! No se puede ser rígido ni con el uno ni con el otro, porque hay mucha belleza en la imprevisibilidad que nos ofrece esta vida transitoria. La que es. Quiero suscitar el hecho de la belleza pasajera en los actos que encarnan las ideas, la estética y la representación de lo bello. No sé muy bien lo que dura la estética, acaso flor de un día, pero sé que permanece la esencia de su belleza en la retina y el corazón.

Toda la Semana Santa se ha ido sustantivando en actos pasajeros y representaciones artísticas. Las hermandades han recreado estampas salidas del corazón, sublimes, destellos de dentro, por mitigar la imposibilidad de hacerlo fuera. Creo que hay solidez en todo lo vivido de forma estética, fugaz quizá; pero permanente para el recuerdo histórico de la ciudad. Este fluir de belleza ha dejado un poso que permanecerá y dará consistencia a nuestro ser de aquí, que sabe expresar el más allá con la belleza floral de un solo día. La Semana Santa de la pandemia nos ha enseñado a estar abiertos al devenir, a un llegar a ser… Hemos podido permanecer en lo efímero hasta llegar a comprender la capacidad de futuro y porvenir que las hermandades demuestran en su creatividad. Se ha resucitado entre tanta cultura agorera de eutanasia y muerte. Le hemos dado la mano a la eternidad con el delicado pulso de las flores. Las veneraciones han conseguido anticipar la resurrección gloriosa con el triunfo de lo efímero, superando la fúnebre representación de Valdés Leal (Sic transit gloriae mundi). Es verdad lo del pintor, y le doy la razón, en lo que de fugacidad tienen las cosas humanas; pero lo efímero es tan contradictorio como lo permanente, y, a la vez, las dos caras de una misma moneda, como el arco y la lira, que sacan su armonía de la tensión opuesta. Quizás hallamos asistido a las dos distintas escalas temporales. La efímera estética ha marcado el triunfo de la Resurrección. Contra todo pronóstico las hermandades han logrado que la Semana Santa pusiera un punto de luz floral más allá de la mostrenca realidad que nos rodea. Mi enhorabuena. ¡Feliz Resurrección!

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