Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

La burocracia

Ay, si Larra se des-suicidase! Su 'vuelva usted mañana' se reeditaría, por supuesto, en reprografía digital y computarizada. Aquel Monsieur Sans-Délai (sin demora) que quería invertir caudales en Hispania y solucionarlo todo en quince días, sería el mismo Lázaro redivivo que no dudaría en volverse a la tumba espantado. Mariano ¡Sal fuera! Comprueba lo que aquí nos acontece y cómo sufren los pobres paganos de hacienda. Pareciera que el tiempo es propiedad del estado, que delimita el vaivén de los ciudadanos y somete con el látigo fustigador de los papeles, cuando no con la indiferencia. El viejo poder del escritorio se reedita en los entes administrativos que se autoalimentan y multiplican como hidras descomunales. Lo que entendemos como un servicio necesario y eficaz del estado, para el mejor funcionamiento de la sociedad, está engullendo aquello mismo para lo que ha sido creado.

El 'papeleo' tedioso se carga las iniciativas. ¿Qué emprendedor puede resistir la diferencia de tiempo entre los requisitos burocráticos para los permisos y el endeudamiento inmediato que ha de soportar para comenzar cualquier negocio? ¿No debería existir una proporcionalidad razonable, sin tanto tiempo de espera en las autorizaciones necesarias, para que el inversor comenzara a producir? ¿No podría principiar de inmediato 'sub condicione'? Porque no se trata de consentir ilegalidades, sino de hacer posible una mayor fluidez administrativa que no repercutiera deleznablemente en la creatividad de los industriosos. Se necesita precisión, velocidad y eficacia en los engranajes administrativos, que, aunque estén muy bien ensamblados, siguen dando la plomiza sensación de rodillo impersonal y detestable. Tengo la ligera alucinación de que el sistema democrático se está fosilizando: leyes nacionales, leyes autonómicas, leyes locales, leyes vecinales, leyes, leyes, leyes…; de tal modo que el carrusel burocrático se va cargando ese espacio de sentido común, cada día más escaso, que debiera resolver con premura lo que el sometido reclama: papeles, sellos, certificados, justificantes, comprobantes ¡pobre de quien vaya sin papeles! Una reverencia al papel ¡por favor! ¡señor, sí, señor! La burocracia se está anquilosando porque carece de flexibilidad cuando trata casos individuales o casos especiales; todo lo somete a tabla rasa, o a una tal especialización que termina en inflexibilidad insoportable e injusta.

Todos los días tenemos noticias de cómo la severidad burocrática ha imposibilitado la solución de casos de una lógica sencilla y aplastante ¿por qué? ¿cuánto ha de tardar un sistema como este en evolucionar y resolver con premura y eficacia? ¿necesitamos nuevas legislaturas, y así sucesivamente cada cuatro años? ¿no es una perversión del mismo sistema que se retroalimenta del disparate? La lentitud oficinesca ha escayolado a la justicia cuando retrasa las soluciones en el tiempo indefinido ¡qué injusticia! Un sistema que se cree perfecto y le resbala la autocrítica, es por definición de sí mismo un sistema desechable. Qué difícil es, por otra parte, encontrar disidentes burocráticos, todos limitados a cumplir la función de la ventanilla correspondiente, sueldo (bien ganado, por supuesto) y a casa.

Lo indignante se está dando desde el momento en que se soporta, no sólo el papeleo de la descoordinación estatal y autonómica, sino, lo que es inadmisible, la creación de reglas contradictorias que tiene que aguantar el mono (sufridor o ciudadano), como si fuera un objeto impersonal: véase, por ejemplo, la tarjeta sanitaria y su funcionamiento nacional en lindes, limitaciones y fronteras competenciales ¡de locura!

Y en estos inconvenientes estamos: rigidez en cualquier decisión administrativa; lentitud y poca flexibilidad en los procesos de cualesquiera cosas que sean; en situaciones de corrupción por parte del 'listillo' que sabe ratear los atajos oportunos; sometidos a los rangos de carnet político, más que a las capacidades y cualificaciones; más pendientes del apadrinamiento que de la verdadera gestión limpia y concienzuda. Y, si faltara algo, para remate de los tomates, la burocracia se ha digitalizado: la vida pasa por el ordenador. Que se lo digan a los abuelos y a todos aquellos que no pueden acceder a sus propias cuentas bancarias sin haber antes pasado por el software correspondiente, o cita previa. Para ellos, el camino tecnológico de la nueva burocracia se ha vuelto ininteligible; son, somos, los analfabetos digitales, desprotegidos, y hasta despreciados con sorna burlesca, por quienes se atrincheran en las nuevas ventanillas virtuales ¡qué vergüenza, que un sistema destroce a quienes construyeron las bases del mismo! Así paga el mundo a quien le sirve ¡Qué difícil defenderse de este rodillo aplastante que engulle todo cuanto se le pone por delante! ¡Qué indefensión tan paradójica, cuando, según la ley, te asisten todos los derechos constitucionales!

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