
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Narcisistas sin fronteras
Tribuna libre
DESPACHO de vinos fue un término poco empleado en Jerez, en la segunda mitad del siglo pasado, debido al éxito del brandy que, después de las guerras, duplicó el negocio de las bodegas pasando mucha de las pequeñas compañías, inicialmente solo almacenistas de vinos, a ser medianas empresas alcanzando las mil botas de almacenado y, por tanto, convirtiéndose en firmas exportadoras. De las hasta entonces medianas empresas, las principales llegaron a convertirse en grandes empresas y en grupos bodegueros las que venían siendo grandes desde el siglo anterior. El despacho de vinos sí existió entonces, con tal denominación, en otros pueblos de la zona, como en El Puerto de Santa Maria y Sanlucar de Barrameda, siendo anexo de las pequeñas bodegas, donde perviven incluso en algunas medianas y ahora resurgen aquí. Mas, hay que diferenciar muy mucho lo que fue el tabanco, de los que quedan contados con los dedos de una mano, y lo que parece que seguirá siendo, para el enoturismo, el despacho de vinos. Recuerdo que Alberto Durán Tejera, buen amigo de muchos y que fue comisario de la Fiesta de la Vendimia del Sherry durante mas de tres décadas, fue marquista, otro término bodeguero en extinción, de algún almacenista y surtía de su buen vino a granel, con regularidad semanal, a ocho o diez tabancos. El tabanco era un local popular donde se despachaba, para calmar la sed del parroquiano, directamente de los barriles a chorro de canilla, buen vino oloroso o mas modesta raya olorosa, en vasitos de cristal gordo, o la copa mañanera de 'torito', mezcla de oloroso y Pedro Ximenez y brandy o ponche, e incluso anís. También el fino se despachaba a chorro, de marcas de reputación ya olvidadas como 'La Mina'o 'El Aljibe' o del felizmente superviviente 'Maestro Sierra'. Eran los tabancos jerezanos locales espaciosos. de techo alto de viguería vista y suelo terrizo cubierto de arena de canto amarillo de la cantera del camino de El Puerto. Tenían un amplio mostrador, muchas veces de caoba del lastre que en Sanlúcar descargaban los barcos de América para subir el Río hacia Sevilla. Detrás del mostrador un cachón o pequeña andana de botas. Pocas mesas y varias sillas de anea. En algunos, en el suelo jaulas de caña con gallos de pelea o colgada en la pared de canarios cantarines y carteles de toros.
De recordar en el barrio de Santiago: El del Inglés, Los Palitos, el del Pozo Olivar y el de la calle Merced.
Fue la iniciativa del mediano o pequeño almacenista que, para vender localmente, además de sus graneles, el nuevo concepto de vino embotellado de medio tapón o segundas marcas, abre como anexo el despacho de vinos, en caso también llamado bodeguilla, donde ofrece su degustación, para la captación del cliente, cuya bolsa abre mas facil tras la segunda copa. Hoy este tradicional concepto de venta lo practican con éxito en nuestra ciudad bodegas tales como las de Dios Baco, el Brigadier o Almocadén. En estos resurgentes despachos de vinos, anexos a sus bonitas bodegas, unas de techos de pino de Flandes, otras de arcos de piedras, ofrecen además de su excelente mercancía a granel, sus marcas embotelladas, degustación, posibilidad de cata dirigida, incluso el uso de su sacristía para la celebración de una reunión de amigos al mediodía, aportando las tapas. Sus brandies, alguno abocado, sus vinagres de mas de 25 años a veces, hace que se me antoje imprescindible recomendar encarecidamente que los visiten antes que se pongan más de moda.
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