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La columna

Pedro Sevilla Gómez

Diariamente nueve

EN mi anterior vida, la de miembro del glorioso Cuerpo de Oficiales de la Administración de Justicia, tuve que acudir a los pueblos de la Sierra acompañando al Juez en los levantamientos de cadáveres de suicidas, de rancheros arruinados que se colgaban en un cobertizo, de adolescentes desengañadas que se vestían de blanco para casarse con la muerte, o de borrachos desesperados que se tiraban a un pozo porque no podían dejar de beber. Recuerdo que luego, para Estadística, debíamos confeccionar un boletín donde se indicaban las posibles causas del suicidio: "disgustos de la vida", "falso honor", "amor contrariado", etcétera, pero a mí, siempre que volvía de uno de estos levantamientos, por mucho que con la investigación se nos hubiese aclarado que el pobre ranchero estaba de trampas hasta las cejas, que a la chica la había dejado el novio o que el alcohólico bebía por obligación, me atenazaba una espeluznante sensación de orfandad, de desvalimiento humano ante unos sufrimientos que podían llevarnos a la autodestrucción.

La capacidad del ser humano para provocarse a sí mismo el placer y la muerte es algo monstruoso que siempre me ha obsesionado, porque lejos de verla como la veo ahora, como un último reducto de la libertad, se me aparecía como la obra macabra de unas dominaciones desconocidas, ajenas a lo humano.

Hoy leo que en España, según datos estadísticos como los que yo rellenaba, se suicidan nueve personas al día. Nueve criaturas que apenas tienen eco en la prensa porque no hay culpable, porque no se puede individualizar y fotografiar al culpable. La prensa necesita espectáculo, algo ardiendo o chorreando sangre, y el suicida, y su noticia, se ahogan en sí mismos, en su propio circuito cerrado.

Pero no deja de ser estremecedor este porcentaje que, por otra parte, parece mantenerse inalterado en la última década. Nos suicidamos igual que hace diez años, en igual número, con idéntico desparpajo y desesperación, dejando siempre un montón de interrogantes y unos parientes, cuando los hay, totalmente desconcertados.

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