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LA Gómez de Avellanada, a su personalidad literaria vamos a dedicarle unas palabras. Cuando uno contempla la serenidad del rostro que nos transmite el retrato de esta ilustre dama, romántica y feminista, pintado por Federico de Madrazo y Kuntz, pintor de cámara de Isabel II -que por cierto también retrató a personalidades tan ilustres como Mariano José de Larra, Carolina Coronado, José de Espronceda y Ramón de Campoamor- uno se queda pasmado ante la majestuosidad del retrato de Dña. Gertrudis, pintado en 1857, cuando la escritora contaba con 43 años y estaba en lo más alto de su fama. Esta admiración se hace realidad al ver dicho cuadro en el Museo Lázaro Galiano de Madrid. Todo lo que nos tiene que decir lo expresa Dña. Gertrudis con su pose: la frente amplia, la cabeza y cuerpo en posición denotadora de seguridad, y acaso, altivez, y también firmeza, mirada y labios que denotan lucidez y serena determinación. Una pequeña mancha roja en el rostro. Es el retrato de una mujer corpulenta, hermosa, elegante e inteligente. Una imagen que contrasta con las turbulencias de un alma apasionada y atormentada. Hablamos de todo un icono de la literatura romántica decimonónica, que cuando Madrazo la retrata es ya una figura muy destacada en la poesía, novela y teatro románticos. Lleva 20 años en España, ha vivido amores convulsos, ha visto morir a una hija nacida fuera del matrimonio, ha enviudado de su primer marido, ha experimentado fuertes experiencias místicas y está casada en segundas nupcias.
Esta escritora nacida en Cuba e instalada en Sevilla allá por 1839, es una joven rebelde e incomprendida, a la par que muy culta. En Sevilla estrena su primer drama, Leoncia (1840), animada por su éxito se traslada a Madrid, donde no tarda en introducirse en los más selectos círculos literarios. Publica sus Poesías -primer poemario- y Sab (1841), su primera novela, un alegato contra la esclavitud y una historia de amores sufrientes. Una creación literaria impregnada por completo del Romanticismo imperante en toda su obra. Traemos a colación su memoria porque el año pasado se celebró en centenario de su nacimiento y recientemente Biblioteca Castro edita en un solo volumen, además de Sab, Dos mujeres (1842), Dolores (1851) y El cacique Turmequé (1859), además de un conjunto de cuatro artículos titulado La mujer, que ella publicó en 1860, a su regreso a Cuba, en la revista quincenal que fundó y dirigió, Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello. Pero al margen de la calidad literaria de sus obras, lo que a sus lectores nos llama hoy la atención es su personalidad. Una mujer adelantada a su tiempo por reivindicativa y feminista, que defiende el divorcio y critica la misoginia y el patriarcalismo masculinos. Todo un símbolo de la defensa de la igualdad de derechos de la mujer en un siglo en el que alzar la voz contra la opresión de lo masculino era cuando menos objeto de reprimenda. Pero Dña. Gertrudis supo luchar con coraje para abrirse un hueco en un panorama literario dominado por los hombres. Y muestra de dicho coraje fue el caso omiso que hizo a quienes pretendían mezclar su capacidad creadora con sus fracasos amorosos y matrimoniales. Asentada en Madrid, con fama y éxito, vive múltiples romances y queda embarazada del poeta Gabriel García Tessara, que se desentiende del asunto, y la escritora da a luz en solitario una niña, que muere a los siete meses.
Pero los asuntos personales no afectan a su disposición por dejarnos el legado de una obra literaria de calidad. Ella luchó por lograr un sillón en la Real Academia y fue rechazada. Con el tiempo la incomprensión a la que se ve sometida hace mella en su ánimo. Tras su fracaso matrimonial con Pedro Sabater, en 1846, se refugia en sus sentimientos religiosos y místicos, que son expresados en su Manual del cristiano (1846). Toda su trayectoria vital es un ejemplo encomiable de lucha por la dignidad de la mujer como escritora frente al poder masculino en el mundo de las letras.
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