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Elocuente silencio

Incluso del silencio incomprensible ante los abusos en Baleares se pueden extraer enseñanzas

Algunos, los mejores, muestran su pasmo, su incredulidad y su indignación porque el caso de las menores y los menores prostituidos y drogados en centros de acogida de la comunidad autónoma de Baleares no esté levantando una ola de indignación similar a la de La Manada. Los hechos son horribles. Las responsabilidades administrativas y políticas enormes. El silencio de tantos incomprensible.

¿Será posible que el hecho de que la administración balear fuese de izquierdas sea suficiente para tapar un escándalo contra el que tendrían que clamar todos los amigos de la infancia, de las mujeres y de la dignidad y los derechos humanos? No lo sé, pero el silencio es devastador, y sería bueno que se nos explicase.

Mientras tanto, aún podemos sacar algunas enseñanzas positivas. Para empezar, la importancia de que la policía y la justicia funcionen con absoluta independencia de los caprichosos escándalos sociales y de la voluble opinión pública. Tanto en los casos de presión como en los de descompresión, se ha de trabajar igual, investigando a fondo, protegiendo a las víctimas y depurando responsabilidades. Viendo hasta qué punto la indignación social es arbitraria hemos de agradecer y fortalecer una justicia con todos sus atributos clásicos: ciega (y, si es posible, algo sorda), con una balanza afinada en una mano y una espada afilada en la otra.

En segundo lugar, este caso puede desactivar una asociación subconsciente. La de que la justa indignación popular ya está haciendo justicia. Viendo estos casos que claman al cielo en los que calla, podemos deducir, por pura simetría, que tampoco la logra, en realidad, cuando grita, aunque sea más lógico.

Tampoco hay que descartar que personas de buena voluntad (que son la inmensa mayoría) terminen preguntándose, como hacíamos al principio, por qué tanto silencio frente a un caso de tanta gravedad. Es de suponer que habrá quienes, incluso desde las ideologías más complacientemente contestarias, se pregunten cómo y por qué funcionan o dejan de hacerlo esas protestas en apariencia tan espontáneas y populares.

En cuarto lugar, pienso en las víctimas; y sospecho que si la policía y la justicia cumplen con su función, como harán, quizá este silencio que a nosotros nos resulta tan inquietante e incomprensible, les ayude a superar mejor su drama. Cómo me gustaría que de esta doble moral de nuestra sociedad pudiese salir un solo bien sanador.

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