Elogio del regateo

Nunca he pagado un vuelo a veinte euros ni he encontrado ninguna de esas maravillosas ofertas que me cuentan

Un amigo de origen jordano y nacionalidad española, al comentarle lo pesado que resultaba para mí, tras unos días de estancia en un país magrebí, el tener que estar todo el día regateando precios por las cosas más banales, me respondió que el mundo funcionaba así. Lo que no era normal era el precio fijo de las cosas. Que todo iba en función de la demanda y que todos los parámetros de la economía mundial a pequeña o gran escala oscilaban por la inexorable ley del regateo o la subasta, desde una modesta lonja de pescado a las bolsas mundiales o el mercado de divisas.

Inmediatamente le di la razón, pero no dejaba de resultarme agotador el planteamiento de tener que estar varios minutos discutiendo el precio de una baratija o el de un jarrón de cerámica. Al final, a mí al menos, siempre me queda la sensación de haber sido engañado. Y tal vez sea así. ¿Por qué una cosa vale esto y no lo otro? Lo de siempre, la oferta y la demanda, pero los europeos de a pie no estamos educados para eso. Nos sentimos más seguros con un precio fijo, aunque sepamos del mucho engaño que se esconde tras él, como se demuestra en la época de rebajas.

Pues bien, el regateo se ha instalado entre nosotros. Hasta hace poco, un billete de avión o de AVE tenía un precio según el trayecto y la clase. Ahora no. Depende de la antelación con la que se saque, si se lleva equipaje de mano o no, si va junto a un acompañante, si es una mesita, si sale a una hora u otra y así hasta tantas variedades que nadie sabe lo que vale un vuelo a Barcelona o un desplazamiento en tren a Madrid. Yo, seré más torpe que nadie, nunca he pagado un vuelo a veinte euros ni he encontrado ninguna de esas maravillosas ofertas que me cuentan. Es más, a la vista de lo que escucho, cada vez que viajo tengo la sensación de estarle pagando la mitad del billete a los que van sentados a mi lado, si es cierto que han encontrado semejantes gangas. La verdad es que tampoco saco los pasajes con demasiada antelación, ni reservo mesa en un restaurante un mes antes. Al cabo de ese tiempo, no estoy seguro de que me apetezca ese día y a esa hora un chuletón de Sanabria o una merluza al pincho de Cudillero. Para mí la vida es mucho más simple, pero habrá que ir aprendiendo la lección y regatear más que Maradona, no nos queda otra. Ya casi formo parte de lo que Stefan Zweig llamó el mundo de ayer, aunque ya sea el de hoy.

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