Engorilados

En el fondo de la crítica a los medios late la convicción de que los ciudadanos somos necios sin criterio

En su lamentable deriva reaccionaria, el retroprogresismo ha descubierto que los periódicos de empresa sirven a los intereses de poderes oscuros y que lo moderno sería volver a la prensa del siglo XIX, cuando las cabeceras estaban en buena medida sufragadas por los partidos y defendían abiertamente sus intereses, sin engañar a nadie. Eran tiempos más apacibles en los que los ciudadanos podían asomarse a sus diarios favoritos no tanto para informarse o encontrar análisis ponderados, que tal vez les hicieran pensar más de la cuenta, como para ver reflejados sus puntos de vista con infalible previsibilidad y regular insistencia, protegidos por las certezas gregarias del partido o la facción en los que se sintieran representados, seguros de que ningún imprevisto, como suele decirse, les iba a amargar el desayuno. Podemos imaginar lo que fueron si nos asomamos a cualquiera de las cansinas cabeceras donde sólo escriben militantes o periodistas alineados, expertos en fiscalizar los errores o escándalos ajenos y en quitarles hierro a los propios. Aquellos tiempos estabulados acabaron cuando los periódicos, sin dejar de suscribir idearios reconocibles, por supuesto, pero emancipados de la estricta obediencia partidaria, comprendieron que no convenía dirigirse en exclusiva a una hueste compacta, y que una razonable diversidad era la mejor garantía para llegar a un mayor número de lectores. La proyección de los partidos en la sociedad es ya inmensa y desproporcionada, casi diríamos extenuante, sólo nos faltaba que fueran ellos quienes informaran directamente. Nadie duda de la existencia de las cloacas, pero la libertad de prensa funciona precisamente porque los bulos pueden ser denunciados como bulos. En el fondo de la recurrente crítica a los medios, además de un inequívoco aliento censor, late la convicción de que los ciudadanos somos necios sin criterio, bobos influenciables e incapaces de percibir el sesgo político de periodistas, comunicadores y tertulianos, dotados de un supuesto poder maléfico que les permitiría entrar en nuestras mentes y manipularnos como marionetas. Los mismos comisarios creen tener un poder semejante y por eso dan grima las trifulcas entre los insufribles egos de esos histriones que se creen el centro del mundo, como si su agitación sobreactuada tuviera una incidencia real en nuestras vidas. A todos ellos les cuadra el expresivo americanismo engorilados, que vale para las personas obsesivo-compulsivas o muy enojadas, adictas a la pose admonitoria, y también para los individuos embriagados o estupefactos. Tan dominados por la constante necesidad de protagonismo que no se dan cuenta de que resultan patéticos.

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