Flanes de Cuaresma

Una de estas madrugadas soñé que por el pasillo de mi casa se bamboleaba un flan de huevo sobre un paso de nata

Los sueños son las películas que se monta uno mismo por las noches, cuando nadie te ve, como decía la canción de Alejandro Sanz. Una de estas madrugadas, de esas en las que nadie me ve, soñé que por el pasillo de mi casa, y portado por cuatro manigueteros, se bamboleaba un flan de huevo sobre un paso que era de nata espolvoreada con canela.

En mi delirio nocturno -la noche antes había comido puntillitas fritas y un estudio de la Universidad de Toronto dice que provocan pesadillas- el flan de huevo se balanceaba de costao a costao (y yo acostao) entre los aplausos de cinco cucharadas de café que esperaban ávidas a la altura del dormitorio para meterle mano al tocino.

El flan era gigantesco. Habían empleado para hacerlo 1.500 huevos y el periodista que narraba los hechos, con fondo de marcha de Semana Santa, advertía de que varios de ellos tenían dos yemas, una rareza huevil que siempre era muy celebrada por las madres cuando se producía en su territorio de cocina. Algún día hablaremos de la leyenda de los huevos de dos yemas… otro asunto para soñar.

"Sin mecío, sin mecío", gritaba una persona que iba delante del paso de nata y que vestía un hábito color como vainilla. Por un momento temí que con el bamboleo el flan se partiera al pegarse contra la puerta que separa el pasillo de la parte noble de la casa, donde se reciben las visitas. Pero la pericia del hombre vainilla impidió la desgracia y el flan siguió intacto en su deambular bamboleante por el pasillo.

Un plato sopero que habían fabricado en La Cartuja de Sevilla se atrevió a cantarle una saeta al flan y las cucharas de postre pidieron silencio al público asistente para disfrutar el momento. El flan se bamboleaba más lento y a mí me daban ganas de tirarme sobre él con doble tirabuzón carpado, como hacen los que salen en los saltos de trampolín en las Olimpiadas.

¿Te imaginas que en las Olimpiadas en las piscinas en vez de agua hubiera flanes de huevo y allí cayeran los saltadores y saltadoras? ¿No sería maravilloso verlos salir relamiéndose la boca?

Soñé que me despertaba y que sudaba caramelo. Un enfermero, con cara de tocino de cielo, me lo quitaba a cucharás y me amenazaba con inyectarme a la altura del antebrazo con un spray de esos de nata que utilizan en las ventas. No volveré a cenar puntillitas.

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