Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

Genios incomprendidos

19 de junio 2014 - 01:00

HAY un cine biográfico para el que todos los genios han sido incomprendidos. Cuanto más genialidad, más incomprensión. Debe ser influencia norteamericana. Por lo que me cuentan amigos que han vivido varios años en Estados Unidos, el miedo al fracaso tiene neurótica a la mitad de la población urbana. El éxito, y su miedo también, consiste casi en exclusiva en hacerse muy rico. No contemplan la estética literaria de la figura del perdedor, que no es el fracasado, sino el que ha competido con rivales de su talla y ha perdido. Solo en ambientes muy reducidos de algunas pocas universidades y en círculos cultivados se entiende el éxito sin necesidad de ser millonario, y la consideración del vencido y del perdedor es la misma que en la Europa culta. El fracasado no tiene crédito ni aquí ni allí, con la diferencia de que allí perdedor y fracasado son la misma cosa, siendo tan distintas.

Para consolar un poco a los jóvenes ambiciosos con padres tiránicos que incitan a sus hijos a lograr lo que no pudieron alcanzar ellos, el cine se recrea en unas biografías insalvables y falsísimas para que sirvan de ejemplo, como diciendo: "No desmayéis. Mirad cuán incomprendidos fueron Miguel Ángel, Rembrandt o Mozart. Y, sin embargo, ved cómo fueron de modernos, revolucionarios, socialista y defensores de la libertad. Cómo los martirizaban sus vecinos como a patitos feos. Lo mismo que a vosotros, hijos míos, que llegaréis a genios si queréis." Cuanto más talento y más aceptado en su tiempo sea un personaje, más incomprendido y perseguido aparecerá. La palma se la lleva Galileo, hombre sabio e irascible, capaz de sostener sus errores contra otros sabios, insolente con un Papa que lo respetaba y era amigo suyo y que nunca estuvo detenido ni pisó cárcel alguna. Van Gogh sirve de consuelo a todos los malos pintores y el Che es el modelo para héroes mitológicos y medievales.

Las debilidades del cine para atraer clientela juvenil y dar esperanzas de un futuro de éxitos democráticos y libres, no le quita importancia. Siempre hubo películas malas y las habrá, auténticos engendros que maleducan a los corazones tiernos y a las almas todavía amorfas por los pocos años. El problema, si lo es, no es del cine, sino del espectador mal avisado que se toma en serio películas imbéciles. El cine ha hecho tanto bien y ha sacado tantas veces nuestras vidas y muertes, nuestras pasiones peores y nuestros grados de elevación, que no podemos sino rendirle un constante homenaje.

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