Greta Thunberg es uno de los fenómenos mundiales del año. Por si no la conocen, se trata de una adolescente sueca que nos ha cantado las 40. La tierra va camino de la autodestrucción si no cambiamos radicalmente de hábitos. Ya ha pasado por la Cumbre del Clima de Naciones Unidas, el Foro de Davos, el Parlamento Europeo o la Asamblea Nacional francesa, por citar algunos ejemplos, donde ha impresionado con un discurso sin medias tintas. Se define como "una niña que dice que otras personas están robando mi futuro", y predica con el ejemplo. Es vegana y se ha propuesto que sus padres también lo sean. Evita el avión por sus altas emisiones, aunque suponga un largo viaje en tren para intervenir ante sus señorías. Precisamente, sus progenitores declinaron una invitación de Pedro Sánchez por el tiempo que implicaba el desplazamiento a España y la pérdida de muchos días de clase.

No todos aceptan de buen grado su visión. "Profeta en pantalones cortos", "gurú apocalíptico" o "Premio Nobel del miedo" son algunos de los calificativos que le ha dedicado la extrema derecha francesa, un logro para una joven de apenas 16 años. Puede que ustedes los compartan, o que al menos piensen que Greta Thunberg no es mas que otra idealista que se ha dejado manipular por un lobby ecologista. Allá cada cual. Sobre las opiniones sostengo lo mismo que Clint Eastwood en El sargento de hierro.

Ignoro si Greta Thunberg tendrá éxito en su cruzada climática. Tampoco me atrevo a decir a pies juntillas si tiene razón, aunque mi mente de letras lo intuye. Pero lo que sí sé es que mucha gente ha descubierto de repente que decenas de miles de adolescentes ven más allá de la pantalla de sus móviles y se preocupan por el mundo que les rodea. Algunos lo llamarán conciencia cívica. Otros lo llamarán despertar político. El tiempo dirá si cambiarán el mundo, como se las han prometido todos los jóvenes a lo largo de la historia. O si, una vez más, el hombre no estará a la altura de su retórica, como se lamentaba agriamente Dante a Barley en La casa Rusia.

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