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Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Grotesco y siniestro Putin

Suele decirse que el perro es el mejor amigo del hombre, incluidos en este término genérico la mujer, los niños y hasta a los muertos: el amor perruno ha llevado a algunos de estos animales a morir de pena sobre una lápida o en la puerta de un hospital, y no digamos en su propio hogar vaciado de amo para siempre. Sin embargo, cabe objetar dos cosas a este dicho tan popular. Primera, que un perro quiere lo mismo y con la misma fidelidad y cariño a una buena persona que a un canalla sacamantecas. Y, segundo, y por eso mismo, que ni la sumisión y ni siquiera la incondicionalidad son rasgos de afecto verdadero. Cabe extrapolar esta negación a las personas serviles que alimentan el ego de sus ídolos a cambio de cuatro migajas, pisoteando su propio honor. El caso de los dictadores es típico: causa rubor ver a los chupaculos dispuestos a descarnar sus rodillas y sus torsos ante sus dueños, yonquis del halago. Merece lástima, sin embargo, el servilismo aterrorizado de las masas ante un déspota totalitario, o sea: alguien con todo el poder, y ningún refreno moral.

Hemos vuelto a ver en televisión los shows vergonzantes de Vladimir Putin a caballo con el torso lechoso al aire, o sobre un oso, o haciendo judo con tíos locos por pegarse un jardazo para alimentar la vanidad del todopoderoso, y así quizá conservar su trabajo o su pellejo. En qué medida la pérdida de contacto con la realidad que denotan estos numeritos del presidente ruso explica la decisión de invadir Ucrania, es algo que no sabemos: la salida al Mediterráneo y la aspiración territorial histórica del poder ex soviético menguante, la geopolítica del tal lejano en el espacio -¿en el compromiso con Europa?- y tan cercano en la práctica de un Estados Unidos que maneja la OTAN son factores más plausibles que la vanidad y la soberbia de este extraño personaje, a la hora de interpretar una guerra que, como siempre a lo largo de los tiempos, castiga a los débiles y los anónimos.

Como anécdotas en tal estado de cosas, la semana nos ha ofrecido a un Pep Guardiola que señala a la Alianza Atlántica y a la UE como culpables de todo esto, olvidando a Putin y sus generales en el juicio... quizá condicionado por el posible apoyo ruso al putsch independentista catalán. También, la exigencia de cierta izquierda anti-Amancio de que Inditex cerrara sus 500 establecimientos en Rusia. Por qué el grupo gallego, a la postre, ha clausurado esas tiendas es algo realmente misterioso. ¿Todo el que haga negocios en un país agresor debe abandonar sus intereses allí? Mi opinión es que no.

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