La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
José María Pemán no paraba de hablar del templo de Melkart, donde rezaron Julio César y Aníbal. Tiene (Pemán) una serie extraordinaria de artículos donde cuenta sus visitas a la isla de Sancti Petri con Manuel de Falla, cuando éste estaba preparándose para su obra magna soñada: "La Atlántida". Escribió: "Íbamos en busca del templo de Hércules... Falla quería pisar el sitio donde estuviera el famoso templo dedicado al héroe de su futuro poema". Lejos de mí quitarle mérito a la investigación y a los últimos los descubrimientos del Centro de Arqueología Subacuática y del Departamento de Prehistoria y Arqueología la Universidad de Sevilla, pero si en Cádiz, en vez de estar entretenidos con las placas y los nombres de calles, oyésemos y leyésemos con respeto lo que escribían y componían nuestros grandes hombres, no nos habríamos sorprendido ahora tanto.
Es verdad que hay más evidencias arqueológicas, que celebramos, pero mucha falta, según Falla, no hacían. Cuando le dijeron al gran músico que los arqueólogos no habían dado con la evidencia irrefutable, él no pudo más que lamentar "que la arqueología resultara tan irrespetuosa con Platón". Y remachó: "Pero no importa. En este duelo vence siempre, en definitiva, la verdad poética".
Lo que tendría que servir de advertencia a los que creen que el pasado es tan fácil de enterrar. La verdad poética permanece y, en cuanto te descuidas, viene un Centro de Arqueología Subacuática y te levanta todo lo que estaba sumergido.
Del templo de Hércules Gaditanus habían escrito Estrabón y Posidonio, y también José María Pemán. Falla lo había oído entre las olas. Y un anónimo marinero, que estaba desembarcando a cuestas a los señores artistas en la orilla para que no se calaran los zapatos, lo revivió. Manuel de Falla, apenas huesos y alma de pájaro, le dijo, tembloroso: "¿Podrá usted conmigo?". A lo que el marinero, para la eterna admiración de Pemán, replicó tras sopesarlo de una mirada apreciativa: "Con Wagner, podría…" Cuánta gracia y elegancia. Qué manera de decirle que era más grande que Wagner, con una finísima ironía.
Como el templo estaba dedicado a Hércules y tenía en el friso una representación de sus doce trabajos, el marinero estaba rindiendo un homenaje implícito al dios. No era una prueba arqueológica, pero sí antropológica. Ahora, encima, también tenemos las pruebas arqueológicas. Trabajos de Hércules nunca nos han faltado.
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