Manuel Romero Bejarano

Hernán Riquel

Hernán Riquel.
Hernán Riquel.

16 de julio 2023 - 02:02

-Don Hernando, ¿está seguro de que quiere una fachada tan grande?

-Querido Álvarez, nunca será tan grande como para simbolizar la gloria de los Riquelme

La ilustre casa de los Riquel (o Riquelme) fue siempre cuna de caballeros presuntuosos. Si uno, en sus paseos por las calles de mi viejo Jerez, tenía la mala suerte de cruzarse con un miembro de tan insigne linaje, podía dar por seguro que había perdido el día. Que si fuimos los primeros en arrebatar la ciudad a los moros, que si Alfonso X nos dio el título de veinticuatro antes que a nadie, que si ganamos siempre la alcancía en los juegos de la plaza del Arenal, que si el rico yelmo, que si venimos de Navarra, que si...

Según refiere el padre Rallón, la fama de pesados de los Riquel se extendía por la Baja Andalucía ya a finales del siglo XV, e incluso está documentada la paliza dialéctica que Juan Riquel El Viejo le dio a los Reyes Católicos en su visita de 1477. Daba igual que los retasen a duelo o los molieran a palos, los Riquel siempre volvían a martirizar a sus interlocutores con historias de grandezas pasadas que enraizaban con el mismo Don Pelayo.

Claro que, en buena parte, su fastuoso mundo sólo existía en sus cabezas, pero no en la realidad. Vivían en una casa vieja, montaban sucios jamelgos y vestían ropa tachonada de mil remiendos. Si los llamaban a la guerra, acudían con armas oxidadas y dos bolizas por escuderos, aunque con la cabeza muy alta. El propio Rallón cuenta (con mucha retranca) que a comienzos del XVI los Riquel eran objeto de chanza por parte de la nobleza y que en un pleno municipal celebrado en 1540 en el que se debatía la remodelación de la plaza del Mercado, el jurado Martín Dávila, tras oír la perorata del Riquel de turno, le espetó que ya podía encargarse de arreglar su vivienda, comparable a una zahúrda. El Riquel de turno era Hernán Riquel quien, tras la severa humillación, se propuso recuperar el esplendor de la Ilustre Casa de Riquelme.

Don Hernando, amén de un pelmazo como todos sus antepasados, era hombre leído y ávido de conocimiento. No contaba con un maravedí para comprar libros, pero tenía gran amistad con los frailes dominicos y los padres cartujos, quienes le dejaban consultar sus fabulosas bibliotecas. Además, era asiduo a las tertulias de don Pedro Benavente Cabeza de Vaca, donde oyó hablar de Italia, de un tal Erasmo de Róterdam y de la grandeza de la arquitectura de la Antigüedad. Hernán Riquel lo vio claro. Los Medici lo habían hecho en Florencia, los Montefeltro en Urbino, los papas en Roma, los Mendoza en las tierras de Guadalajara, el emperador en Granada y él lo haría en Jerez.

De nada valieron los ruegos de su esposa, ni las advertencias de sus parientes. Hernán Riquel decidió transformar el cuchitril donde habitaba en un fastuoso palacio.

Lo primero que hizo fue entrevistarse con los principales banqueros de Sevilla, quienes denegaron, uno por uno, su solicitud de crédito. Viajó a la corte, pero los Fugger ni siquiera lo recibieron.

Desesperado, acudió a don Nuño de Villavicencio, quien le consiguió una entrevista con el duque de Medina Sidonia.

Don Alonso Pérez de Guzmán, que así se llamaba el duque, era hombre extravagante y recibió con simpatía a Riquel, quien le habló de su proyecto como un modo de transformar Jerez en una ciudad moderna. De hecho, lo convenció, recibiendo prestada una importante suma para empezar la obra. Ahora bien, las condiciones de devolución eran leoninas, pues tendría que entregar la mitad de toda las cosechas de sus tierras para conseguir un segundo plazo, y así sucesivamente hasta que la construcción terminase.

Con la talega llena de ducados, se dirigió al pleno del Ayuntamiento, del que formaba parte como caballero veinticuatro, para pedir una cesión suelo público con el que ampliar su morada. Aunque se oyeron sonoras carcajadas, le dieron un buen trozo de la plaza del Mercado, aunque la mayoría de capitulares pensase que iba acabar transformado en corral de gallinas.

Los mejores arquitectos y escultores fueron contratados por Hernando que, claro está, empezó por la fachada. Un frente gigantesco cuajado de columnas clásicas, animales fantásticos, Hércules, Nabucodonosor y Camila Magna que, poco a poco, fueron apareciendo ante los incrédulos ojos de los jerezanos. Dos salvajes avisaban de que el comitente era hombre culto y civilizado y la delicada talla advertían que se trataba de un amante de la belleza más pura. Por unos meses los Riquel volvieron a asombrar al mundo, e incluso hubo quien llegó a pensar que tal vez don Hernando no fuese uno más en el rosario de fantasmas de su estirpe. Hasta que un día...

Fue el 29 de mayo de 1543, cuando la soberbia fachada del palacio Riquelme estaba a punto de ser finalizada. Todavía los meteorólogos se preguntan cómo pudo desatarse una tormenta de tal magnitud, pero el caso es que la zona de La Ina se vio afectada por un temporal de granizo que acabó con todo cultivo. Ahí estaban los trigales que iban a ser el pago del señor Duque y ahí encontró su tumba la obra más hermosa que el Renacimiento dejó en Jerez.

De nada valieron los ruegos al de Medina Sidonia, que no solo cortó la financiación, sino que embargó al pobre Hernán Riquel, llevándose de su casa hasta los tristes colchones de paja en que dormía. Aunque, a modo de venganza, le dejó su inacabado palacio, para que recordase toda su vida con amargura que la soberbia es el peor de los pecados.

Cuentan que Hernán Riquel nunca volvió a salir de su sueño inacabado, esa obra que le costó la ruina y la burla de todos los jerezanos, quienes durante generaciones lo pusieron de ejemplo de hombre estúpido, sin que fuese más que un soñador, algo vanidoso, bastante atrevido y muy infortunado.

stats