El IVA de una cuña de queso

Pasar por caja te deja tan traumatizado que casi prefieres morir de inanición que volver al súper al día siguiente

Solo recuerdo una época en el que diera más miedo que ahora ir a comprar al súper. En los tiempos más chungos del Covid, cuando estábamos encerrados en casa y lo más interesante de nuestras vidas era esperar a que mandaran la tarea de los niños, ver a Fernando Simón en la tele o aplaudir en un balcón, hacer la compra se convertía en toda una experiencia. Era salir a la calle y empezar a picarle a uno la nariz y los ojos, que era justo lo que -decían- no debías tocarte por nada del mundo. Pasado el primer trance, lo siguiente era esperar turno en la cola procurando, a puro ojo, mantener los dos metros de distancia, y cuando por fin entrabas en la tienda te obligaban a envolverte en plástico, como un bocata de chóped, para evitar el contagio. Yo iba siempre con cuidado de que nadie me rozara, esquivando insensatos como el que esquiva balas en Matrix, y trataba de no establecer contacto con nada que no fuera imprescindible, porque siempre que tocaba algo por accidente empezaba, inevitablemente, a picarme otra vez la nariz, la frente o la comisura de los labios y tenía que colocarme otro guante encima para poder rascarme, no fuera que el virus se me colara a través del brick de leche o el bote de champú. Luego había que tirar los dos, claro, porque nadie podía asegurar que el bicho no se había desplazado de un guante a otro. Aquello era un estrés permanente, ya lo saben, pero os aseguro que no queda muy lejos de lo de ahora. Ir al súper se está convirtiendo en una tarea de alto riesgo de infarto. Conforme vas andando por los pasillos y vas viendo precios notas cómo se te acelera el corazón, porque sabes que a nada que te descuides terminarás dejándote cien euros en una compra que hace unos meses te costaba la mitad. Pasar por caja asusta tanto que casi prefieres morir de inanición que volver al día siguiente, así que hurgas en el congelador con la esperanza, a menudo vana, de sacar algo para comer el resto de la semana. Todo esto se va a acabar, dice el Gobierno, bajando el IVA de algunas cosillas. Pero no se me vengan demasiado arriba, y antes de que empiecen a aplaudir déjenme que les cuente mi última experiencia, ayer mismo, en un conocido súper de la provincia. Hacía tiempo que le tenía echado el ojo a uno de esos quesos que venden ya cortado en cuñas a peso y precio fijo. Poco menos de cuatro euros cuesta el trocito, su precio de siempre, así que lo meto en la cestita con la satisfacción propia de no sentirte estafado aunque sea por una vez. Mi gozo en un pozo. Una vez en casa descubrí, mirando el ticket con ojiplático estupor, que el queso es uno de esos productos en los que ahora no hay IVA y que, sin embargo, acababa de pagar lo mismo que costaba hacía dos meses. Y así, con mi bonita cara de tonto, me senté en el sillón a darme por vencido. A asumir que esto es lo que hay. Que ellos sacan sus votos subiendo el SMI y sacándose pagas de la manga como si fuéramos europeos de verdad, que los otros sacan pasta jugando a hacernos trampas, y que nosotros, los mismos de siempre, los de en medio, terminamos pagando la fiesta.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios