POCAS vidas hay tan sacrificadas como las suyas. A los futbolistas extranjeros -más aún si son de élite- se les mira con envidia. Principalmente por el dinero que ganan, porque además lo ganan sin echar doce horas al día picando piedras, pero también por aquello de la fama, y por lo felices que se les ve cada vez que marcan un golazo por la escuadra. Pero estos chicos son dignos de compasión. Han tenido que dedicarse a jugar a la pelota, cuando a lo mejor lo que de verdad les hubiera gustado a ellos en la vida era estudiar Derecho y sacarse unas oposiciones. Pero no acaba aquí la cosa. Trabajan los domingos (mientras el común de los mortales está de barbacoa con la familia o en el bar viendo los partidos por la tele.) Y eso si no los hacen saltar al campo un miércoles, en pleno diciembre y en Ucrania, con el frío que hace en el estadio del Dinamo de Kiev. Encima, apenas les permiten correrse juergas. No está bien visto que fumen, que frecuenten prostíbulos ni que se acuesten borrachos a las siete de la mañana los días que toca partido. A todo esto hay que sumar que, con la ilusión que les haría a muchos delanteros ir a trabajar con una camisa de flores y unas babuchas, no los dejen vestir como les dé la gana, ni siquiera en los entrenamientos, ya que deben usar la equipación del club, que en algunos casos hay que reconocer que es bien bonita, pero en otros es un auténtico horror.
¿Y todavía vamos a criticar que se les haga un trato de favor a la hora de pagar impuestos? El jugador extranjero de élite, cuando viene de Argentina, por lo menos se apaña con el idioma, pero ¿y esas criaturas que llegan de Camerún y tienen que sudar sangre hasta aprender cómo se pide en castellano una ración de cigalas? Son demasiados sufrimientos. Así que no les atosiguemos exigiendo que además tributen como un millonario cualquiera. No olvidemos que, frente a otras profesiones, la de futbolista de élite requiere muchas horas de peluquería y que este país será todo lo moderno que ustedes quieran, pero las facturas por hacerse unas mechas siguen sin desgravar en Hacienda. Y para colmo de males, está la pejiguera de los hinchas. Porque, gracias a los hinchas, estos señores perciben un sueldazo, pero ¿se imagina usted, amigo banquero, que diariamente le esperaran a la puerta de la oficina varias docenas de clientes, libreta en mano, dispuestos a llevarse un autógrafo? Menuda pesadez.
Por todo ello, y ante la amenaza patronal de hacer un paro en el campeonato de liga si el Gobierno aprieta las tuercas con los impuestos, reclamo, no ya que se revise esta reforma que pretende igualar fiscalmente a nuestras estrellas extranjeras con las que fichan en otros países europeos, sino que recortemos de otros gastos superfluos, como son los de Educación, para ayudar a estos trabajadores, que lo son a mucha honra, y alguno, aunque gane sus buenos millones de euros, incluso tiene varias bocas que alimentar. Kanouté, sin ir más lejos.
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