Intermediarios

La prensa de las sociedades libres no puede limitarse a la transmisión de consignas

La crisis de la prensa y la consiguiente pérdida de calidad de la discusión pública tiene muchas causas, no todas ajenas al empobrecimiento y la deriva partidista de los propios medios, pero últimamente vemos que se cuestiona la facultad de estos para disentir de las directrices emanadas desde el poder o que se denuncia con nombres y apellidos a las cabeceras o los periodistas que asumen discursos críticos. Pensamos en estas cuestiones y en las responsabilidades, de hecho muy repartidas, que corresponden a los sectores implicados, cuando llega a la bandeja de entrada el anuncio del segundo libro del presidente del Gobierno –tercero si contamos la famosa tesis– que la publicidad define como “una obra que apela de nuevo a la ciudadanía, sin intermediarios y al margen de la rueda de la inmediatez y el ruido mediático”. ¿La rueda de la inmediatez? A juzgar por el anuncio, el libro concluye con la “victoria” en las últimas elecciones generales, que se celebraron hace sólo cuatro meses, de modo que al menos esas páginas han sido escritas, descontando los tiempos de producción e impresión, en un tiempo verdaderamente récord, incluso antes de que se materializara el acuerdo de investidura. Cabe recordar, por otra parte, en relación con su anterior entrega, “el primer libro que un presidente del Gobierno español publicaba durante su mandato”, hazaña consignada en los paratextos publicitarios, que la confesa redactora del mismo, entonces diputada y titular de un cargo que al parecer no le exigía dedicación excesiva, declaró con gran aplomo: “Yo hice el libro, pero su autor es el presidente”, memorable precisión que acaso pueda aplicarse también a esta “crónica en primera persona”, en la cautelosa definición de la misma editorial. Pero es la apelación directa a la ciudadanía, sin molestos “intermediarios”, lo que provoca más desconfianza, pues ese inquietante llamado forma parte, como nadie ignora, de la esencia misma del populismo, siempre amparado en la conexión entre el líder y las masas. Frente a la demagogia asamblearia, sin embargo, las democracias representativas se basan precisamente en la delegación, decidida por los ciudadanos y sujeta a la fiscalización de una prensa que no puede limitarse, como los departamentos de propaganda, a la transmisión de consignas. Del mismo modo que los editores o los críticos en el ecosistema de la literatura, tanto los periodistas como los políticos son intermediarios, imprescindibles para la buena salud de las sociedades libres. Si quienes detentan esas responsabilidades se convierten en actores serviles, sujetos a la voluntad del señor de turno, es toda la comunidad la que se ve sometida.

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