Luis Chacón

Ivan+Hailey 23

Quousque tandem

Ese desdén hacia la historia, la filosofía y el arte, desprecia las Humanidades y sublima la incultura

10 de julio 2023 - 00:00

Me resulta inexplicable la irrefrenable necesidad que sienten algunos de dañar el patrimonio. Aunque fueran unos bárbaros asolando una civilización sojuzgada. Por eso, sigo sin entender qué impulsó hace unos días a un turista búlgaro a grabar con una llave su nombre junto al de su novia y el año de su visita en una de las paredes del Coliseo. Supongo que sería una declaración de amor y que el muchacho es bastante amarrategui, porque en Roma puedes comprar infinidad de recuerdos al alcance de cualquier bolsillo. Pero más delirante me ha parecido la disculpa que ha dirigido por escrito a las autoridades romanas. Cierto es que tras enterarse de que la gracieta romántica podría costarle dos años de cárcel –pocos me parecen– y unos miles de euros de multa. Dice que, y son sus palabras textuales, “sólo después de lo lamentablemente sucedido me enteré de la antigüedad del monumento”. De ser cierto, deberíamos preguntarnos qué enseñan en los colegios en Bulgaria y, sobre todo, si no sabía de su importancia y antigüedad, ¿a qué y por qué fue a visitarlo? Si sólo es una excusa escrita a vuelapluma, demuestra que además de bárbaro, no resulta muy inteligente.

Al hilo de esta historia, recordé que tuve hace años la desgracia de conocer a un tipo que tuvo el descaro de confesarnos a los presentes su hartazgo tras pasar unos días en Roma viendo piedras tiradas por el suelo. Exactamente dijo eso: “Viendo piedras”. Y añadió un, para él, profundo pensamiento que aún recuerdo, a veces entre risas y en ocasiones presa de una absoluta desazón: “¿Por qué tengo yo que creerme que allí había un templo o lo que fuera? ¿Por qué lo diga el guía?”. Lo triste es que no se trataba de un pobre iletrado de aquellos que emigraban a buscar una vida mejor con su maleta de cartón en un vagón de tercera. Ni mucho menos. Hablamos de un licenciado universitario con su Erasmus y todos sus oropeles que, afortunadamente, no refleja, ni ahora, ni entonces, la realidad de nuestros universitarios.

Pero sin duda es un síntoma de esa extraña enfermedad que nos aqueja y que aboga, no sé por qué, por centrar la formación exclusivamente en los requerimientos del mercado. Ese desdén hacia la historia, la filosofía y el arte, desprecia las Humanidades y sublima la incultura. Pues son esas las ramas del saber que nos explican de dónde venimos y resultan imprescindibles para definir con claridad hacia dónde queremos ir.

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