Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Que hablen los otros, qué error
Alfa: “Pasión espera siempre a la Virgen de la Estrella antes de entrar en Carrera Oficial: es uno de mis momentos de la Semana Santa. Aunque parezca tópico, las estrellas fugaces que se ven por el cielo también cumplen deseos”. Edu Valderas, autor de estas palabras, solicitó así un anhelo que ha contado con el hágase del Altísimo. Por lo que “se obró la voluntad de Dios”. Hace unas semanas vino al mundo Estrella de la Esperanza Valderas Collantes, hija de María y Edu. ¿Cabe nombre más vivo, entre el azul de tardes de Domingos de Ramos y el verde de Reina de perfil de pureza de San Francisco? ¿Cómo es la recién nacida? Yo diría como la porcelana del amor. Tiene los mofletes anacarados como los ángeles querubines que glosara Rafa Serna. La piel de canela, como el cromatismo del beso de la luz. La frente suave, como el tisú de una nana. Las pestañas en ciernes, como la flor del ensueño. Los oídos prestos, como el tejido de un encaje. El cabello fino, como el vesperal de la primavera. Los labios perfilados, como la vidriera de una lágrima. La sonrisa a punto, como la omnipresencia en azul cielo del padre de su padre. En su cuerpo menudo comparece, según cantara el poeta, “la significación de la belleza y sus perímetros”. Poseen sus manos la cabal metáfora de la vida terrena. Y, cuando sonríe, parece que -con Juan Ramón Jiménez- un halo mágico se extiende …hasta que mi mitad de luz se cierra con mi mitad de sombra.
Se ha hecho esperar la venida de Estrella de la Esperanza. No existen padres tempraneros ni padres tardíos. Así, como cantara Basilio en ‘Cisne cuello negro’, “no hay silencio negro, ni llanto blanco, ni llanto blanco. Hay solamente silencio y llanto, silencio y llanto”. Pero un llorar de júbilo -de dulce germinar a la existencia- como en las sábanas de la niña Estrella de la Esperanza, que ya palpa la dignidad de su procedencia. Y un silente de padrenuestro en la emoción incontinenti de sus progenitores. ¡Cómo rememorará también ahora la abuela Pepi Otero al abuelo Pepe Valderas! ¡Cómo lo hará, poetizando las entrañas de los recuerdos -que calzan zapatos castellanos-, su tío Juan Diego! Ya en esta querida familia no se oyen los límites del tiempo. Una criatura ha roto todos los esquemas. Con su rostro de algarabía en expansión. Con su cartel de cachetes blandos, como una caricia sobre la esfera de lo sempiterno. Ahora sabemos cuál es el olor de la colonia de la felicidad. Brindo por tan feliz noticia cuando el incienso de la Semana Santa nos anuncia la Majestad de Quien Todo lo Puede. Un arrullo de bienaventuranzas nos sobreviene. Como un sonajero de aprendizajes, de carantoñas, de ternura… ¡Bienvenida seas, Estrella de la Esperanza!
Beta: Siempre me pregunté cómo de los hondones de un cuerpo tan menudo podía brotar el huracán afinado de esa voz nunca dubitativa sino fieramente humana, con ecos de caverna -¿de Platón?- del flamenco en su concepción más profunda, apasionada y ultramundana -intensa e intonsa- como la de Luis Santiago Vargas. Un don racial que desentraña la gestión liberadora de toda virtud. Cuando Luis canta… se rompen los velos del templo. Es hijo de un Dios que aún carga con el madero de nuestros pecados y así ha de asumirlo el cristiano, como al pie de la letra nos lo autentifica la vigencia ‘Del camino real de la Santa Cruz’ -del libro ‘Imitación de Cristo’ de Tomás de Kempis-: “En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa de los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana”.
Luis ha rezado a la cruz en la expresión desgarrada de la saeta. Aquel joven noble y bonachón -hoy octogenario-, que enseguida aprendió el oficio de cristalero, y supo ganarse el pan y las habichuelas con el sudor de su frente morena, como un frontispicio castizo de origen jondo y arte con la matriz física de la toná. Las letras calientes, que queman como un pentagrama de fragua por martinete. Con su fuego que templa los metales de la Fe en Jesucristo. Como una grafía por seguiriyas. Las saetas de Luis han enarbolado la bandera de una Semana Santa fiel a sus tradiciones más imperecederas. Luis es un personaje que brota del hechizo literario de Federico García Lorca. Luis es brillo de iris que encabeza una zaga de sol, lunares y tronío. Desde la altura de blanca cal de una azotea de la nostalgia, desde el balcón cercano de un brazo que se extiende unidireccional hacia la faz de Cristo Crucificado sobre la canastilla de barrocas volutas, las saetas de Luis Santiago están cortadas, como un espejo de sabiduría, por el diamante circunflejo de lo puro. Resulta imposible no estimarlo. Esta Semana Santa su voz permanecerá muda según la prescripción médica de un proceso de recuperación que pronto lo devolverá de nuevo a las andadas. En el ínterin -mientras se pone bueno- la sangre de los Santiago no obstante estará presente, como un himno de estirpe con quejido de oro de ley. Su hijo Luis cantará -y lo decimos entrecomillando a Gerardo Diego- “allí donde nace y resuena y muere y nace la lengua del amor supremo”. ¡Un abrazo para el patriarca de tan buena gente!
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