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Jerez íntimo

Marco A. Velo

Jerez: la meritocracia de Quique Guillén

El destino, que es trasero de mal asiento, a veces adopta la deriva como método in itinere. El destino es indómito en su maleza. El destino es escurridizo o encontradizo a capricho. El destino a menudo se alía con la muerte como así el grifo con la Fontana. Nos la prometíamos muy felices cuando creíamos a pies juntillas que todos nuestros males desaparecían por el desagüe del 31 de diciembre de 2020 y sin embargo resulta que ahora 2021 también pinta bastos. Mil ojos tiene la noche cuando febrerillo llama a sus puertas para que todas las retinas se entornen a media asta a la hora nona de la fatalidad. Y será entonces cuando parezca que el cielo adopte esa nunca decisión salomónica al estilo de Pilatos encogiéndose de hombros mientras moja la ironía en la salsa agridulce del escepticismo.

Pero el cielo es Morada de Eternidad. Acertó a vislumbrarlo Gerardo Diego: “¿A dónde va, cuando se va, la llama?/ ¿A dónde va, cuando se va, la rosa?/ ¿A dónde sube, se disuelve airosa,/ hélice rosa y sueño de la rama?/ ¿A dónde va la llama, quién la llama?/ A la rosa con escorzo ¿quién la acosa?/ ¿Qué regazo, qué esfera deleitosa,/ qué amor de Padre la alza y la reclama?”.

Hoy la estilográfica rasga este papel prensa porque me llega de sopetón la noticia aún caliente del fallecimiento de otro amigo con el que compartí tantas confidencias de ley: el joven ginecólogo jerezano doctor Enrique Guillén Morilla, a quien un melanoma ha tumbado en el estrecho cortocircuito de apenas un año. Ayer se pintaron rictus de tristeza en las paredes de Asisa -allá donde Enrique asistiera a la explosión de tantísimos llantos rompedores de bebes recién nacidos y allá donde paradójicamente protagonizara la implosión de la muerte sin guadaña sino aureolada por los ritos del sueño y la potenciación espiritual del Credo-. Es decir: gozne de travesía y sendero que desemboca y no se embosca en la Luz.

Siendo adolescentes ambos nos cruzábamos cada noche en la calle Lealas -tras cada cual pelar la pava-, de regreso a nuestros domicilios, él para arriba dirección altura Los Naranjos y yo hacia abajo camino de calle Arcos. ¡Anda que no charlábamos nada a diario -hasta las tantas- sobre cofrades y cofradías, escritores, libros, familia y política! Él siempre tan cariñoso y atento, tan entusiasmado con sus últimos años de carrera universitaria, con su plante de cadete alemán, con su pelo pincho y su destreza para las frases subordinadas. La espalda ancha y los brazos sueltos, como bailándoles al andar.

¡La confianza y el cariño fue tan recíproco que aquellos años Enrique me presentó en un par de conferencias y yo ídem a su persona en diferentes Pregones, tal como, por ejemplo, el del Cristo de la Viga! La amistad no menguó desde entonces. De un tiempo a esta parte nos veíamos por lo suelto en los pasillos de Asisa. Fue un médico vocacional que pronto cosechara renombre y prestigio no sólo en Jerez sino extensible a toda la provincia. Este éxito profesional sólo responde a la resultante de un enorme esfuerzo y sobresfuerzo personal y a las miras de la propia autosuperación. ¡Ah, esa meritocracia de la que tanto carecemos a día de hoy! Quique era tenaz. Le encantaba revestirse de su túnica nazarena junto a su entonces novia de toda la vida y posterior esposa Ana. En los ojos de Quique siempre estaban reflejados los azules celestiales de un barrio de la Plata que aún recuerda aquel niño de pantalones de cuadros alzando la mirada a la cruz redentora del Cristo del Perdón… Aquel niño que ha fallecido a los 51 años de edad. Hace pocos meses hizo suyas, escribiéndolas en Facebook, unas palabras a modo de presagio de Hermann Hesse: “Coge mi mano… Llévame donde el tiempo no existe…”.

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