Los cofrades identificamos a otros cofrades por la hermandad a la que pertenecen. Quizás desconocemos sus apellidos, incluso su verdadero nombre, pero sabemos perfectamente qué día de la Semana Santa hacen estación de penitencia.

De esa forma, Josevi pertenece a la Buena Muerte; José Blas siempre será de la Amargura; Mateo es del Consuelo…Y mi amigo Oca es de los Judíos.

Y lo es desde el mismo día que nació.

Me consta de su amor por su cofradía y por su hermandad en sí. Ambos fuimos al mismo instituto, y sus pasos de juventud lo llevaban una y otra vez a la parroquia de San Mateo.

En torno a la imagen del Señor de las Penas fue cimentando su particular fe; la de un que se ha hecho mayor sin apenas darse cuenta.

Cada vez que necesitaba pedirle algo, el Oca buscaba entre sus desordenados papeles cualquier vieja estampa de su Cristo.

Cada vez que sus cicatrices fueron creciendo, con la arenilla de la rampa de su iglesia el Oca hilvanaba las tiritas con las que consolar a su alma.

Cada vez que tenia que agradecerle algo a la vida, el Oca se perdía en la sacristía de sus silencios y regresaba con las manos entrelazadas en sonrisas.

Y una primavera, el Oca cumplió su sueño. Ser los pies de la devoción que palpita por su sangre roja y negra; la que macera los goterones de sus miedos cuando el cielo llora tempestades; la que va inculcando a sus hijos para que estos tengan siempre donde aferrarse.

Y justo el año que el destino quiso que no pudiera llevarlo y traerlo entre costeros de ensueño, el Señor de la espalda ensangrentada decidió quedarse en casa; ¿curioso verdad?

Amigo Alejandro… que no te quepa ninguna duda que volverás a ser sus pies -porqueÉl así lo querrá- el próximo Martes Santo.

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