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Hablando en el desierto

FRANCISCO / BEJARANO

Juego frívolo

EL atrevimiento no siempre lleva el valor aparejado, podría tratarse de audacia impertinente, pero una alta jerarquía eclesiástica debe atreverse a un paso más de la prudencia por la libertad secular de la Iglesia para amonestar al poder civil. Recuerden a san Ambrosio. La historia española del siglo XX ha sido tan falseada que los mismos que la han vuelto desconocida no se atreven ahora a rectificar de sus errores. El miedo a abandonar ideales equivocados de la juventud es un síntoma de vejez física y de inmadurez mental, mala mezcla. Prisioneros de ideologías caducas y malparadas, no nos los tomábamos en serio, pero insisten tanto en gestos, palabras, incluso leyes, belicistas que nos inclinan a pensar que no saben para qué sirven las guerras civiles en la Historia.

El juego político basado en el encono de haber perdido una guerra ha dejado de tener gracia hace tiempo. El cardenal de Madrid ha hecho alusiones a un clima favorable a los rencores de la guerra, a un ambiente de división que tiene similitudes con los años 30 del siglo XX. Y es verdad. Ya lo habíamos pensado antes de que él lo dijera. No es que estemos en un ambiente prebélico en España (en el mundo no estaría tan seguro). Las naciones modernas serias libran una sola guerra civil general. Sirven para fijarlas, reconciliar tendencias encontradas y darles estabilidad tras la tragedia. Con una es suficiente. Lo que pasa es que jugar con las divisiones en España encierra un peligro cuando es vehículo de ambiciones políticas compulsivas e inconfesables.

Veamos un imposible: Cataluña proclama la independencia de España unilateralmente. España tendría que mandar al Ejército para sofocar la secesión. Sabemos que el Gobierno es débil mental, pero no tanto. La guerra civil catalana que seguiría a la independencia, como en toda nueva nación moderna que se precie, contaría con milicias del mal, persecución de personalidades relevantes nacionalistas o no, según el bando provisionalmente triunfante, asolaría campos y ciudades y, en fin lo que comporta una guerra civil. La creencia cuando murió Franco en su cama fue pensar que, por fin, había terminado la guerra. Pero hemos leído que las guerras civiles no se acaban del todo hasta los cien años. Nos queda 22 para seguir jugando a enfrentar y dividir y a mostrar falso escándalo si el cardenal de Madrid avisa del peligro de jugar con fuego, todo ello consentido por un Gobierno con autoridad para gobernar que parece pedir disculpas por estar en el poder.

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