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MAÑANA, aniversario del nacimiento de Alberti, es el Día Andaluz de la Lectura, otro empeño inútil que los poderes públicos se ven obligados a llevar adelante sin ninguna fe en los resultados. Para las autoridades políticas es un gran éxito, digno de airearse, el que en su zona de gobierno toda la población sepa leer. Está bien, desde luego, porque los niveles de analfabetismo no significan sólo que hay sectores sociales que no tiene acceso a la enseñanza, sino que llevan aparejados niveles de pobreza, aislamiento y degradación. Si todo el mundo sabe leer, se supone que hablamos de una sociedad más justa, y el que esto se sepa conviene a los gobernantes. Pero una cosa es enseñar a leer y otra hacer lectores. En un país bien ordenado los buenos lectores no tienen por qué ser muchos. Pero; ¿qué haríamos con la industria de los cientos de revistas infames que salen al mercado o con los malos libros que aparecen todos los días?

Aprender a deletrear, más que a leer, tiene un fin social práctico no desdeñable. En Alemania, según Camba, es fundamental saber leer para desenvolverse en la vida normal, porque un alemán, asegura, no sabría para qué sirve un aguamanil si no pone en el objeto, de manera clara y visible, "aguamanil". En España, aparte de la posible exageración de Camba, no llegamos a tanto, pero es muy conveniente conocer el rótulo del autobús, el nombre de una calle o lo que indiquen las ventanillas de unas oficinas. Si del deletreo pasamos a mayores, podremos firmar un contrato sabiendo los términos de su contenido. Por esto sólo el analfabetismo es un mal social que debe erradicarse: quien no sabe leer pierde mucho tiempo preguntando y se expone a que le tomen el pelo, además de perder libertad, pues tiene que delegar en otras personas asuntos de su vida íntima. De ahí a sacar fruto de la lectura de Aristóteles o Séneca va un abismo.

La denominación Día Andaluz de la Lectura no es clara. Puede significar una jornada para la promoción de publicaciones escritas por andaluces o editadas en Andalucía, sin mirar si son buenas o malas, con la idea de proteger al comercio librero y editorial, un fin en sí mismo. Quiero pensar, sin embargo, que lo pretendido con la jornada de mañana es, por un lado, como he dicho, que nadie se equivoque de ventanilla o de autobús con el trastorno que comporta y, por otro, que los andaluces nos inclinemos favorablemente a la lectura y elijamos con libertad libros, periódicos y revistas. La libertad de elegir lectura nada más que la pueden tener los buenos lectores, para lo que hacen falta unas condiciones que no se alcanzan con facilidad y, por tanto, no son comunes: un nivel cultural adecuado, criterio propio y capacidad de crítica y análisis para seleccionar. Sin ellas la lectura es inútil o peligrosa, en Andalucía y en todas partes.

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