Entre paréntesis

Rafael Navas

rnavas@diariodejerez.com

Legitimidad a la carta

Cuando, tras las elecciones municipales de 2003, el PSA de Pacheco y el PP de García-Pelayo llegaron a un acuerdo con nocturnidad, de madrugada en el último momento, para gobernar el Ayuntamiento de Jerez, el PSOE habló de un pacto de perdedores porque su candidata, Pilar Sánchez, fue la más votada. Aquello no sentó nada bien en las filas socialistas y de hecho duró poco la extraña aventura y ese gobierno de coalición duró poco más de un año, pues una moción de censura acabaría dando la Alcaldía a Sánchez. En 2015 se dio la vuelta a la tortilla cuando, a pesar de ser García-Pelayo la más votada, quien acabaría gobernando sería la socialista Mamen Sánchez. Entonces fue el PP el que habló de pacto de perdedores. Historias de partidos más votados que no gobiernan las hay a patadas. En todos los casos, como está sucediendo ahora en España, sale a relucir sibilina o groseramente la palabra legitimidad.

Es curioso cómo para ponerla en cuestión mucha gente comienza diciendo siempre que no la cuestiona. "No cuestiono la legitimidad de este pacto, pero..." Y eso es lo terrible, que desde hace tiempo, no sólo ahora con el nuevo gobierno de Pedro Sánchez, en este país existe, a todos los niveles, un terrible problema de déficit democrático. Quienes ahora se nos presentan como pacíficos y moderados estadistas que defienden las reglas del juego han sido los primeros en tratar de torcerlas situándose fuera del tablero que ahora consideran el único terreno respetable. Ahí están las tomas de las calles, unos de forma más violenta que otros, y los llamamientos a concentrarse rodeando el Congreso o el Parlamento andaluz, como se vio en diciembre de 2018 con el aliento de partidos considerados institucionales. Y lo más increíble es que ese respeto a las normas democráticas y a la Constitución venga de partidos que han pactado con quienes quieren, y no lo ocultan, romperlas.

Pero, a pesar de esto último, en las filas de la oposición se equivocarán quienes, en una huida hacia adelante, tratando de deslegitimar el gobierno elegido por una mayoría exigua de diputados -pero mayoría al fin y al cabo pues los partidos también se ganan 1-0 de penalti injusto en el último momento- se echan a la calle o se tiran al monte. No harán más que darle oxígeno, como se ha visto otras veces. Y hasta legitimarlo aún más.

En lugar de lamentarse unos y otros cuando les toca 'chupar banquillo', harían bien en ajustar los mecanismos de elección que impidan situaciones legítimas pero injustas, como que el gobierno de un país dependa de un diputado o dos, o impulsando las segundas vueltas. Tiempo han tenido cuando han gobernado los grandes partidos pero no lo han hecho y quien supuestamente venía a tomar esas medidas, Ciudadanos, se ha dado el gran batacazo por querer correr demasiado y dar tantos bandazos.

Así que toca, una vez más, lo de siempre. Que quienes no gobiernan están deseando que quienes lo hacen fracasen para cambiarse por ellos. Y después, lo mismo pero al revés. Una espiral autodestructiva que, con y sin legitimidad, lleva acompañando a la Historia de España muchos siglos.

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