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Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
NO es nuevo el hacer de las lenguas una manera de lucha política, pero nunca en España como ahora. La batalla empezó con la Revolución Francesa, decisiva para la formación del mundo contemporáneo una vez que renunció a las utopías. La Francia neoclásica era ilustrada y progresista en sus clases altas y muy influyente en toda Europa, el pueblo nunca quiso, ni quiere, cambios y entonces tampoco. La idea ilustrada de progreso era en lo esencial la misma de hoy: buenas comunicaciones, comercio activo, circulación de inventos, mercancías, libros e ideas. No era una novedad exactamente puesto que había sido la política romana: es mejor andar con sandalias, pero si ustedes quieren ir descalzos…; es más útil hablar latín, pero si ustedes prefieren hablar oretano… Desde el periodo revolucionario, todos los franceses debían conocer el francés para hacer la grandeur de la France y fue la lengua única en la escuela. Cada uno, si quería quedarse rezagado, podía hablar la lengua que quisiera.
Los románticos se cansaron pronto de las normas clásicas y empezaron a sufrir de melancolía por unos tiempos idealizados que no habían vivido. Y entre los rescates para conjurar los miedos de sus neurosis, rescataron naciones y lenguas para llevar la contraria a los revolucionarios, o bien hicieron parecer revolucionarias estas ideas retrógradas. A los románticos les debemos obras extraordinarias del talento humano, pero para la política fueron una rémora. No tenemos espacio para hablar de los desastres de las naciones del metro cuadrado y sus lenguas minúsculas, solo decir que fue una moda de mucho éxito que aún perdura. El romanticismo artístico y literario hace mucho que terminó, pero el político sigue vivo, como si el tiempo no pasara por nosotros y los pueblos. Esto fue un estorbo irrelevante en las naciones hechas, como Francia o España, pero un retroceso del que aún no han salido en Europa oriental, siglos bajo imperios.
No sabemos que es con exactitud 'inmersión lingüística', pero sí lo que es 'normalizar', entre otras cosas, aceptar como normal lo que ya lo es. El gaélico es lengua cooficial en Irlanda y se habla en algunos lugares, pero sus mejores escritores lo son en inglés. En España hay varias lenguas cooficiales pero su mejor literatura está en castellano, una realidad con la que es muy difícil competir. Ha de hacerse a la fuerza y las normas forzadas acaban por provocar rechazo. Normalizar los bables, por ejemplo, es dejarlos en su normalidad: hablas rurales en los numerosos valles y rara en las ciudades. También los mejores escritores asturianos han escrito en español. La política no debería intervenir en unos asuntos que deben dejarse a la libertad de los hablantes. Es difícil de entender que las lenguas minúsculas se presenten como de izquierdas, una contradicción asombrosa si no tuviéramos en cuenta que el progresismo puede llegar a ser muy reaccionario.
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