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Diez mil muertos son muchos muertos para que un Gobierno aguante. Y si lo hiciese, saldría consolidado. Pedro Sánchez, para rato. O Juanma Moreno. Verán, muchos dirigentes políticos, aquellos para quienes la estrategia no es el modo sino el fin, padecen de un espejismo recurrente: ven cisnes negros todos los meses. Un cisne negro es un suceso imprevisto y disruptor que altera el propio esquema de previsiones. Un "esto sí que lo cambia todo". Un ejemplo: los atentados del 11-M en Madrid para la convocatoria electoral de días después. En los cuarteles generales del PSOE y del PP se situaron en el mismo análisis: si es ETA, tal, y si es la yihad, al contrario. Si Aznar hubiese apelado a la unidad y no hubiera mandado a Acebes a decir mentiras, Rajoy podría haber ganado las elecciones, pero el Gobierno colocó la pelota en juego y Rubalcaba hizo match ball, esa única bola que decide quién gana la partida. 10.000 muertos son muchos, y la oposición del PP y Vox -no la de Ciudadanos- cree que la oportunidad es ahora. El Gobierno de Pedro Sánchez, desgastado por imprevisión, criticable por razones objetivas, comienza a dedicar tanto tiempo a la pandemia como a defenderse. Este es el juego atroz de la peor política, ese que termina por polarizarlo todo y no deja nada en el centro como causa común. Ni la pandemia.
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