Tierra de Nadie

Alberto Núñez Seoane

Mediocres mediáticos

Pablo Iglesias y Carmen Calvo.

Pablo Iglesias y Carmen Calvo. / EFE

No me gusta hablar, ni escribir, de lo que desprecio, además de una incongruencia, es una pérdida de tiempo, también un desgaste, evitable, del buen humor y, lo peor es que acabas por molestarte, enfadarte e indignarte… para nada, porque ni te van a escuchar ni compensa el berrinche. Pero, como bien saben, hay excepciones que confirman la regla -para eso están.

Ocurre a veces que, en mi particular ubicación, la canícula estival y el levante cansino son los determinantes de que a uno, para desahogarse un poco, le puedan las ganas de poner a parir a buena parte de los mamarrachos que andan pavoneándose por el mediático mundo de la información, y sobre todo de la desinformación, en una televisión tan tendenciosa, panfletaria y manipuladora como para redefinir el ridículo. De paso, más que nada por aprovechar, poner también a caer de un burro tuerto a algunas, entre muchas, de las “figuras” fabricadas, por Dios sabrá quien, en las ejecutivas alturas de una vergonzosa y aborrecible televisión, más que pública, impúdica – la privada no me interesa en este aspecto, porque juegan con sus propios recursos, no con los públicos, que son los nuestros-, tratando de meternos con calzador medias verdades, silenciando lo que molesta o no conviene al poder, deformando lo noticiable cuando incomoda al que manda, haciendo, en resumen, de la objetividad una broma y de la profesionalidad una chirigota; personajes, algunos, simplemente incapaces, muy lejos de la tarea que debiera ser su responsabilidad; engreídos, por una fama pasajera y fatua, otros; rencorosos y vengativos, muchos de los restantes.

Hablamos de un auténtico zoológico mediático que sufragamos con los impuestos de todos, que derrocha y pierde dinero en cantidades de vergüenza, que no cumple con la única función que le es propia: informar, ni lo hace como debiera: con imparcialidad, contraste y objetividad. Es una merienda de negros, en las que los únicos devorados somos los que pagamos.

Como si de un juego se tratase, dando por sentado que los espectadores que se asoman a la pantalla son unos completos ignorantes, faltos de criterio o simplemente imbéciles; juegan a la “pluralidad” en un grotesco intento de acallar las cada vez más abundantes y demoledoras críticas que se les echan encima. Llaman, a lo que califican de tertulias -no lo son: no hay moderador si no impositor; no hay ecuanimidad, si no exclusión; no hay libertad, más bien coacción-, para tratar de disfrazar su sectarismo, a miembros de la oposición política. Luego, no hacen sino atropellarlos, realizar preguntas capciosas, interrumpir sus respuestas, intentar dirigir la entrevista al terreno favorable a sus amos…. un verdadero esperpento.

No sé los nombres de algunos de los más “cualificados” esbirros que vampirizan los recursos de una institución que debiera ser pública -en toda la extensión de la palabra-, podría averiguarlos, pero no vale la pena. Lo que importa no es si se llaman Carmen o Pepe, lo relevante es que “Pepe o Carmen” están colocados ahí para llevar a cabo una inmunda labor desinformativa, importa que esos “profesionales” se presten a ello, importa que el “sistema” permita que esta aberración suceda, importa también que, a pesar de lo bochornoso e indigno de la situación, continúe ocurriendo.

No es un asunto baladí, créanme. Si se consiente -en este caso, se alienta- que el dinero público -ese que según la penúltima “lumbrera” socialista, Carmen Calvo, “no es de nadie”- se utilice para privar al ciudadano de uno de sus más sagrados derechos, como es el que atañe a la información, se está abriendo la puerta a la posibilidad de toda una interminable serie de desmanes que atacan a la yugular de lo que, después de la vida, nos es más esencial: la libertad.

No les importa que caiga la audiencia de la primera cadena de la televisión pública -TVE- hasta niveles tan bajos como jamás se habían conocido: ni su presupuesto ni sus nóminas dependen de esa audiencia: ¡pagamos nosotros! No le preocupa que el prestigio y la credibilidad, que en su día alcanzó este ente público, se haya reducido al de la mierda que apesta un estercolero: mientras estén arriba los que ahora están, ellos van a seguir estando también dónde se encuentran. Lo de investigar con ahínco, contrastar fehacientemente, comprobar hasta el detalle, lealmente reproducir, para luego informar… ¡eso queda para otros! ¡Qué ruin pena! ¡Para lo que habéis quedado…!

Tras el sofocón, después del cabreo, una vez calmada, en parte, la rabia y algo sosegada la ira, uno se da cuenta de que no hay más cera que la que arde. Lo mediocre se apalancó en el poder, y la mediocridad no puede producir nada más que mediocridad. Ni dan más de sí ni van a permitir que quien lo pudiese hacer mejor llegue a tener la ocasión de demostrarlo, eso significaría que ellos tendrían que irse.

En un demoledor círculo vicioso, mediocres han impuesto a mediocres para apoderarse, también, de la información, maquillarla, pervertirla, prostituirla y hacerla como ellos son: hueca, moribunda y gris ¡Mediocre!.

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