Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Miré al cielo, y no nos vi

ERA una linda mañana. El azul, intenso, asomaba entre nubes que parecían algodón. Una brisa cálida y suave envolvía aquel día de un invierno apenas llegado, haciéndolo parecer más cerca de un lejano otoño temprano. Algún pajarillo, extraviado en el mar de asfalto que cubre la tierra de la ciudad, alegraba la luz de un sol débil, empeñado en no abandonarse a los rigores de un frío aún indeciso.

Agarré una escalera y subí. Encontré un sitio tranquilo, me senté. Alguien trajo una tapa de chicharrones y yo le pedí una copa de palo cortao. Miré abajo.Pareciese un hormiguero. Las gentes iban … venían…, volvían para ir de nuevo, y regresaban para volver… Cuándo la circunstancia agitaba aquel mundo de allí abajo, las hormigas, eso parecían, enloquecían. Ya no iban ni volvían, corrían, enloquecidas, de un lado al otro, giraban sobre sí, tropezaban, se empujaban, se mordían …Alguien me susurró que era lo que se llamaba “vida”, pero aquella visión sugería cualquier cosa que no lo fuese.

Busqué, con ahínco, algunas de los entes que, me habían dicho, habitaban aquel mundo enfebrecido: amistad, familia, humildad, generosidad, amor, honestidad, lealtad… No pude hallarlos, al menos no tal y como siempre quise creer que serían. Es casi probable que sobrevivían, a duras penas, en algún rincón olvidado por aquel enjambre furioso por llegar a ninguna parte; en algún lugar despreciado por el vértigo en el que se ahogaban aquellos pequeños seres que daban vueltas y más vueltas sin tener consciencia de las muchas veces que volvían a pasar por dónde ya lo habían hecho o de haber avasallado a quien no dieron ocasión para cederles el paso.

No hay objetividad sin perspectiva, y la única perspectiva que, a mi entender, nos es dada dominar en asuntos como el que hoy aquí nos reúne al calor de estas líneas, es la de la experiencia que el tiempo proporciona a quien la quiere, y sabe, aprender; algo del todo fuera de alcance para quien sucumbe a lo débil, ansía lo fatuo y adora lo efímero.

No es la vida la que atosiga, agobia, castiga incluso, a los desquiciados protagonistas que veo pulular, fuera de sí, escaleras abajo; son ellos mismos los que hacen que su vida les fatigue, angustie y azote. Son ellos los que asumen, aceptan y confirman su condena, y lo hacen sin tener por qué. Y digo que son ellos y no “ella” quien determina, porque nada de lo que nos acontece está en función de un destino acordado por los dioses, si no de las decisiones que tomamos, es en el ejercicio de nuestra libertad que decidimos la consecuencia que nos condiciona, por tanto, el modo en el que viviremos algo que se pueda calificar de “vida”, o bien sobreviviremos atrapados en una existencia que podremos tildar de enemiga. No es el hormiguero el que marca las pautas a las que tendrán que someterse las hormigas que lo habitan, son estas, las hormigas, las que construyen el hormiguero en el que habrán de vivir, gastar, o malgastar su tiempo.

Aprender a dar valor a lo que lo tiene, a lo que vale, depende de la actitud con la que decidamos tomar los chicharrones -estos eran de Olvera y estaban buenísimos- y el palo cortao -de cualquier vieja solera jerezana huida de prisas, confusiones y torbellinos-, este: excepcional: no será lo mismo la degustación lenta y el paladeo pausado que el tragar sin masticar y beber sin degustar.

La perspectiva, el saber contemplar y sopesar desde diferentes ángulos, bajo circunstancias distintas y atentos a consideraciones diversas, para después decidir, nos concede equilibrio, este es pilar para la paz y esta lo es para acercarnos a lo feliz. Acertaremos, las menos, o erraremos, las más de las veces, pero las consecuencias de lo decidido serán coherentes con el ser humano que pretendemos ser, algo, la coherencia, “sine qua non” seremos nada que valga la pena ser.

Debía volver, regresar al mundo de abajo. A la realidad de lo irreal, ¿cómo si no llamaremos al lugar en el que se confunde perspectiva por lo unidireccional, rectilíneo e inamovible; por coherencia lo inconexo; y por felicidad el llegar antes de quien sea a donde sea?

Miré al cielo y subí -¡de momento sólo por un ratito!-, para ver cómo desde allí se nos ve … pero no nos vi. No a las personas que querría, que debiéramos, querer ver. Desde allí, desde la perspectiva de “lo de afuera”, lo que se ve es lo mucho de absurdo que hay “aquí adentro”, lo muy equivocados que estamos, y lo poco que somos.

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