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Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Miserias de miserables

PUEDE parecer una paradoja, pero no lo es. Miserias tenemos todos, no hay humano que se libre de ellas. Algunos, padeciéndolas y reconociéndolas, intentamos asumirlas, no con resignación, pero sí intentando minimizar sus efectos y superar su circunstancia.

El estar sujeto a la bajeza no implica ser bajuno de condición. Son nuestras muchas debilidades las que nos arrastran lejos de lo perfecto. Es la carne de la que estamos hechos y los huesos que la sujetan por encima de la tierra de la que viene y a la que volverá, lo que nos encadena a lo efímero y material, nos somete a lo intrascendente y pasajero, nos ata a la tierra y nos aleja del cielo.

Hecho bien distinto, ¡ya lo creo!, merecedor de muy diferente catalogación, es aquel que define a quien pace bajo la de miserable condición. El miserable, aunque trate de aparentar lo contrario, se regocija en su ruindad; son, sus victorias sobre la prosperidad ajena, motivo de burla hacia el desgraciado, de befa para el derrotado, de brindis a sus sombríos adentros; al miserable le duele el éxito, si no es el propio, le apena la alegría, si no es la suya, le ofende lo magnánimo o coherente, sabedor que queda fuera de su alcance; el miserable nunca ríe con el espíritu… no sabe, tan sólo sonríe con rictus mohíno reflejo de bajezas y vergüenzas; atormentado, siempre, por las espinas de la envidia, incapaz de aprehender la alegría del compartir; el miserable no goza ni ríe ni vive ni “vuela”… arrastra su vida, triste por nunca completa, en busca de lo que no tiene, no de lo que le falta. No es este el caso de la mayoría, que nos vemos y sabemos sin alas suficientes para no estar presos de la tierra, cercenados en nuestro deseo de superar la limitación, lastrados por desventuras inherentes a nuestra humana circunstancia.

A pesar de lo que parecer pueda, somos, créanlo, menos cultos, en su más amplia acepción, de lo que fue la generación que nos precede, y nuestros hijos lo son menos que nosotros. La misma cadencia -más bien decadencia- se repite en la escala de principios y se oscurece en el pentagrama de valores. La miseria ética y moral lleva tiempo haciendo su particular agosto entre nosotros, me temo que no va a ser nada apetecible compartir la sociedad de la que, ante la pasividad de unos y el desinterés de otros, se está apoderando.Se aplaude lo vulgar y se ríe la calumnia, se fomenta el rencor, se alienta la desvergüenza. La vileza se adueñó de los espíritus, débiles y conformistas; la pasividad sometió la iniciativa. Parece que no hubiese vida lejos del sillón de casa, que ya es hogar, infestada por la más demoledora de las rutinas: la vital. La vida sólo te sale al encuentro si vas en su busca, en la orilla opuesta a la que acoge al tedio, que nubla, y al sopor que atenaza el sentimiento.

Sustituir, por lo que quiera que sea, el afán de exprimir la vida es aceptar, con resignación impropia de nuestras más profundas raíces, la condena de los deseos al ostracismo. El Hombre ha llegado a serlo gracias a su incontestable pasión por avanzar, a su pétrea voluntad de resistencia y su invencible determinación por luchar en esa batalla, nunca terminada, en la que importa más la pelea de cada día que el resultado del encuentro. Ha sido, siempre, lo mucho de indomable que nuestro carácter tiene, la herramienta necesaria y suficiente para alcanzar alturas jamás imaginadas. La grandeza de nuestra estirpe está escrita por plumas rebeldes, nunca conformistas.

Esperar un mejor mañana gracias al revulsivo que conmocione y mueva a las frívolas y dúctiles masas, siempre con utópicas promesas manejables, siempre con pan saciables, es como aguardar a vestirnos con ropas salidas de la rueca de Penélope, la leal esposa que deshacía en la noche lo que tejía durante el día, esperando, durante veinte años, el regreso a Ítaca de su amado Odiseo, para no verse así obligada a tomar a otro hombre, al que no quería, por esposo.

Sin gota de agua no habría océano, nadie es despreciable si su voluntad es firme… y está despierta. Cada una de las individualidades importa, ninguna intención es demasiado pequeña si es activa y se pone al servicio de la libertad de todos.

Cuando son miserables, si padecer miseria, los que manejan las miserias de los que las sufren sin serlo, la solución nunca podrá venir de ellos. Esperar no sirve.

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