Monos y tontos

Con la igualdad está pasando en España una cosa rarísima, si nos paramos a pensarla sin prejuicios

De fútbol no sé de la misa la media. Sólo fui a un partido de muy niño. Me llevó mi padre. Era un Racing Portuense-Atlético de Madrid en el estadio Cuvillo de mi pueblo. Una eliminatoria de la Copa del Rey. Lo pasé estupendamente, a pesar de que fue “eliminatoria” en todos los sentidos de la palabra, por ir de la mano de mi padre. Y ya está. Luego alguna vez he jugado (es un decir), pero como rito de amistad, en las liguillas aquellas de verano en el Buzo. Y punto.

Lo digo –además de por el gusto de revivir la memoria– como excusa de la segura obviedad que diré a continuación. Asisto asombrado a la polémica sobre si lo que se gritó a un jugador de fútbol fue “mono” o fue “tonto”. Lo primero parece inadmisible, como es natural. Lo segundo parece normalísimo, y a mí también me parece inadmisible.

El primer insulto es racista, se argumenta. Vale, verdad, fatal. Pero el segundo es intelectualista, y a mí tampoco me parece de recibo. Con la igualdad está pasando en España una cosa rarísima, si nos paramos a pensarla. Se defiende la igualdad con desigualdades cada día más rampantes. El artículo 14 de la Constitución proscribe cualquier tipo de discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Sin embargo, las de sexo, sobre todo, y las de raza (dependiendo de qué razas) priman sobre las otras discriminaciones, que prácticamente no importan o incluso se fomentan. Ejemplos hay a punta pala, pero éste es palmario: “mono”, no; “tonto”, sí. ¿Por qué?

Desde fuera del planeta del fútbol y sus fuerzas gravitatorias, uno piensa que no debería permitirse ningún insulto a ningún futbolista en ninguna de las gradas, salvo quizá un abucheo si falla algo evidente, porque no fallar es su trabajo. Si, como tratan de explicarme, la gente va al fútbol a liberar sus demonios interiores en una especie de catarsis dionisiaca de frenesí colectivo, más que disculpar nada, me preocupo más.

Sin embargo, como el fútbol no es lo mío, ahí lo dejo, botando. Sí me preocupa realmente que en la opinión pública –mi campo de juego– se dé por bueno con tanta facilidad un debate tan pobre como si llamar “tonto” a un chico que hace su trabajo es asumible y perfectamente normal, mientras que llamarle “mono” ya no. El debate tendría que ser que el insulto masivo –cualquiera que sea– es degradante, de tontos y un poco también de monos.

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