NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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Hoy tiene la infancia de África su recordación y no podemos menos de lamentar el destino de los pobres, pero no sin aclarar un punto que se mantiene difuso por intereses políticos. En las culturas antiguas y modernas el niño dejaba de serlo a los 12 años, pasaba a otra consideración y se le exigían obligaciones y aprendizajes nuevos y otro comportamiento. No es que las culturas antiguas y, hasta hace poco, la europea occidental moderna fueran tontas o desconsideradas, sino que la observación secular les decía que un niño dejaba de ser niño cuando a ojos vista había dejado de serlo. Alargar la infancia hasta los 18 años menos un día y la adolescencia hasta los 35, ha dado una población en los países más desarrollados con la que no hay manera de entablar una conversación inteligente y medianamente ordenada. Aclarado este punto principal, sin el cual nunca sabremos quienes son los niños africanos, queda saber si África existe, las áfricas: norte, centro y sur; rica y pobre, blanca y negra, cristiana y musulmana, y dentro de todas ellas, familias ricas, pobres e indigentes.
Nunca sabremos a ciencia cierta, con mentalidad occidental progre y correcta, que es un niño africano. Se hablará hoy del trabajo de los adolescentes, de los muchachos soldados, de los niños de verdad que no aprenden a leer ni tienen medios elementales para desarrollarse con dignidad humana; se insistirá sobre las guerras, pero no mucho de los odios tribales adquiridos y heredados; se culpará a la colonización europea de la ruina africana y no se dirá ni pío de la desaparecida URSS o de China; las tiranías y los indeseables que las gobiernan serán más o menos tolerables, según la simpatía ideológica del que juzgue; no se dirá nada de las persecuciones religiosas en Nigeria ni de los niños cristianos en general, tampoco de los niños coptos. Nadie se acordará de los pigmeos, que son como niños, si es que queda alguno vivo y no se los han comido a todos. Nada se dirá de las formas de control de la natalidad, ni lo diremos para no amargar a nadie, ni nos dirán cómo se tortura a los prisioneros de las guerras tribales.
Nadie dirá, sin ser tachado de fascista, esa palabra devaluada que sirve para tanto que no sirve para nada, que la colonización de África debió durar unos 500 años, el tiempo necesario para consolidar una administración eficaz, acabar con guerras centenarias entre vecinos, la aparición de conciencias nacionales y de clases dirigentes, que no son las clases políticas. África es pobre en general y pobre no es sinónimo de bueno. Según hemos sabido por los antropólogos y los misioneros, no por los gobiernos ni los cooperantes no gubernamentales que pagan los gobiernos, hay zonas africanas donde los instintos primarios de nuestra especie andan sueltos y son los débiles, como es natural, quienes llevan la peor parte, sin indicios de que las buenas intenciones vayan a poner remedio.
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