Marco Antonio Velo
Jerez: mis conversaciones con Francisco Holgado Ruiz (y III)
¡Oh, Fabio!
Científicos al mando, "disciplina social", control de la información para evitar el "terrorismo contra las instituciones del Estado", exaltación sin límite de lo público, retórica belicista, pobreza subvencionada (y agradecida), un parlamento menguante... cualquiera diría que estamos en el planteamiento de una novela distópica. La Historia no sólo no ha acabado, como defendió con exceso de optimismo liberal-capitalista Francis Fukuyama cuando el comunismo fue derrotado por su propia incompetencia e inhumanidad, sino que se ha convertido en una película taquillera, de esas que no paran de dar giros de guión hasta dejar aturdidos y deslumbrados a los espectadores. Ahora es el coronavirus, pero ¿qué será lo próximo? Quizás hemos entrando definitivamente en un ciclo de catástrofes concatenadas o encabalgadas: climática (calentamiento), económica (recesión), médica (regreso de las enfermedades infecciosas), energética (agotamiento de las fuentes fósiles), política (populismo). Muy probablemente así lo estudiarán los historiadores del futuro: un gran ciclo de crisis mundial con breves momentos de respiro, a la manera de como hoy lo hacen con ese cataclismo que fue la primera mitad del siglo XX, que comenzó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, en 1914, y acabó en la cubierta del acorazado Missouri, en 1945, con la firma de la rendición del Imperio del Japón.
Sería un error, sin embargo, hacer un paralelismo extremo entre los tiempos que nos ha tocado vivir y aquellos que habitaron nuestros antepasados de gabán y sombrero. Además del atrezzo, los escenarios y los actores, hay algo sustancialmente diferente. Ahora, la gran mayoría de los ciudadanos -no así algunos políticos- saben en qué sistema quieren vivir: democracia política, libertad de mercado sin excesos, equilibrio de lo privado y lo público, protección a los más vulnerables, respeto a las ambiciones y opciones personales... No fue así en la primera mitad del siglo XX, con el consabido auge de comunismo y fascismo. El ciudadano del XXI no quiere un "cambio de paradigma" (la expresión da miedo) como ya piden las pescadoras de ríos revueltos, sino volver a su vida normal, a su bendita indisciplina social, sin que ningún político le diga a dónde puede o no ir. Quiere volver a criticar al Gobierno sin ser tachado de traidor, a que los vecinos solidarios (balconazi es el neologismo) no vigilen sus movimientos y actos. Quiere, en definitiva, recuperar, en cuanto sea posible, su libertad y su derecho a la indisciplina social.
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