Tribuna libre

Salvador Gutiérrez Galván

Novena a la Virgen de la Merced; volver a casa

En la vida uno escucha verdades como puños que te ciñen de forma incisiva. Decía el Padre Felipe Ortuno que no hay modo de entender las combinaciones contradictorias con la que uno cabalga por la vida. “Nada termina por completarse del todo: si descansas demasiado te debilitas, y si trabajas todo el tiempo te llega la vejez prematura.” Y, ciertamente, uno se mueve por esta vida consciente de los vaivenes emocionales a los que se enfrenta. Qué irreverente es a veces eso que llamamos el  estado de ánimo; te puede dejar tirado a la primera de cambio. Hace unos días me comentaba un buen amigo lo difícil que es su vida y lo cuesta arriba que se le hace todo constantemente. No encontré ninguna fórmula cognitiva para apaciguar su angustia porque, en parte, también era la mía. El menor contratiempo, un simple cambio laboral, una discusión contravenida o el más mínimo solapo emocional pueden derivar en el mayor de los cimbreos. Todos sabemos los pecados que llevamos a nuestras espaldas y el desgaste que nos provoca. Por eso hoy  quisiera confesar que, en mi caso personal, tirar de sinceridad y cierta aflicción me reconforta (y si vale para alguien, Bendito sea Dios). Lo hago cada año, como ese coche que necesita su revisión.

De pequeño, recuerdo, enumeraba en el colegio los cinco pasos para una buena confesión; examen de conciencia, arrepentimiento, propósito de cambiar, reconocer mis faltas, recibir la absolución y cumplir la penitencia. Unos lustros después aquella fórmula me sobreviene cada mes de septiembre a modo de invitación armónica, en una oferta tan provechosa como aconsejable. Sentirse como en casa, decía una vez el comendador mercedario, se percibe también cuando uno accede a aquella iglesia en la que se casó, aquella en la que hizo su primera comunión o en aquella otra donde un milagro permitió una conversión.

El próximo jueves comienza la Novena a la Virgen de la Merced y, al margen de cualquier apunte histórico-tradicional-religioso (que para eso están los expertos) quiero subrayar lo que este acto supone para quien escribe. Vuelvo a mi casa, aquella que abrió las puertas a un joven, entonces desmelenado, sin rumbo ni timón. Vuelvo a mis interioridades para pedir a la Madre de Dios que me ayude en este caminar. Pongo sobre los pies de la Virgen mi examen de conciencia, el arrepentimiento de mi vida pecadora, la ilusión y el propósito de tratar de ser mejor persona; mi esperanza en poder cambiar… y algunas cosillas más que siempre le pido. Y quiero recibir de ella, como cada año y a modo de absolución, la fuerza necesaria para seguir por este valle de lágrimas. Acepto anualmente este reto con una alegría inmensa y con la mayor de las esperanzas. Y lo hago agradecido porque es aquí, en mi casa, donde tanto he aprendido. De los padres mercedarios su cariño, del comendador su sabiduría, de los allegados su fervor y de todos los que acuden su amistad. Porque sé que muchos arriban como yo, en busca de sosiego. Quiero conservar también esta tradición, y quiero compartirla con los que se acercarán y con los alejados que anhelen en estas líneas algún impulso interior.  A todos aquellos que  guardan en secreto su gran duda yo les invito a venir. Y les digo: Dios hace milagros y la Virgen intercede. Esto es así aunque me falte tiempo y palabras para explicarlo. Cada día de la Novena los padres mercedarios rememoran la célebre frase de San Bernardo: “Ninguno de los que acuden a ti se ven defraudados”. Y así es. Sólo te falta ese paso. Es posible que te casaras en la Merced pero ya no acudes a Misa; es posible que tus padres te hablasen de ello y ahora te sientes al margen, o que te avergüences de tu distanciamiento. Me atrevo a asegurarte que poco importa, si tú quieres. Querido lector, yo me siento ya invitado a esta fiesta con Ella. Sólo puedo dar las gracias y, en cualquier caso, alegrarme de verte por allí. Ella se alegrará mucho más.

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