La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Dónde está el listón de la vergüenza?
Los "nunca jamás" de Pedro Sánchez valen lo que valen: nada. Nunca jamás gobernaría con Podemos porque sólo de pensarlo se le quitaba el sueño, nunca jamás aceptaría los indultos a los independentistas, nunca jamás negociaría con Bildu … por no hablar de las rectificaciones, donde la lista es larga.
Gabriel Rufián está cargado de razón cuando declara que no le preocupa que el presidente diga de forma tan contundente que no habrá referéndum independentista en Cataluña: también aseguró que nunca habría indultos, y ahí están. "Dennos tiempo", dijo el portavoz parlamentario de ERC. Es lo que piensa media España: el "nunca jamás se celebrará un referéndum" no significa que no lo veamos algún día. Dependerá de las negociaciones con los independentistas y de lo que ellos exijan.
Sánchez quiere pasar a la historia como el hombre que encauzó y desarticuló lo que algunos llaman "el conflicto catalán", y además pretende seguir siendo presidente de Gobierno gracias a su buena mano negociadora. El problema es que por mucho que ayer pronunciara un discurso en el Congreso en el que hizo alarde de constitucionalismo y respeto a las instituciones del Estado, son muchos los ejemplos que demuestran que Constitución e instituciones le interesan lo justo. Basta que los sediciosos pongan sobre la mesa exigencias de que desde el Gobierno se presione a las instituciones incómodas para el independentismo para que desde Moncloa efectivamente se marquen distancias con sus resoluciones. Lo vemos estos días con el Tribunal de Cuentas. Efectivamente, no es un tribunal de Justicia, como recuerdan destacados socialistas, pero resulta inaceptable que el Gobierno ponga en duda el trabajo que corresponde al Tribunal de Cuentas.
A Sánchez le convendría ver la serie Oslo, que recoge la trastienda de las negociaciones que mantuvieron israelíes y palestinos en una casa palacio de Noruega, con una organización de amplia experiencia marcando las reglas de juego: secretismo absoluto, una persona por cada lado, solos en una sala hasta conseguir un acuerdo. Nadie sabía qué se negociaba, quiénes negociaban y dónde. Sólo informaban a sus respectivos líderes, y no todo el tiempo. No hasta que acercaron posiciones.
Sánchez hace todo lo contrario: promesas incumplidas, propuestas inasumibles para la mayor parte de los españoles, cesiones humillantes, engaños… y mucho autobombo. Mientras en el otro lado, el independentista, no hay autobombo, sino reiteración de que no cederán en sus reivindicaciones. No cederán nunca jamás. Y hasta ahora lo han mantenido. No hay más que escuchar lo que dijo Aragonés al salir de Moncloa tras su reunión con Pedro Sánchez.
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