CATAVINO DE PAPEL

Manuel Ríos Ruiz

Nueva lectura de un texto sobre los dibujos de Alberti

20 de abril 2009 - 01:00

HACE veinte años, comentábamos en este espacio la aparición de una nueva revista de arte, titulada 'Galería', dirigida por Félix Grande, desaparecida hace lustros. Y hoy, trasteando en las estanterías de la biblioteca casera, hemos tomado en las manos uno de sus números, hojeándolo y ojeándolo, nos ha interesado releer y ofrecer al atento lector un texto del argentino Blas Matamoros, titulado 'El pintor Rafael Alberti', por su extraordinaria valía en distintos conceptos, especialmente en cuanto a su comentario sobre los dibujos del inmortal poeta. He aquí algunos de sus párrafos: "Es el poeta el que dibuja y pinta, es el pintor el poetiza, el que poemiza. Las letras cobran la impersonalidad de la caligrafía, esa nítida composición de letras con las que Rafael se viste de niño aplicado, de escribidor de buenas letras, que quiere ser diáfano, transparente, claro como los chicos deslumbrados ante el milagro de su propia mano adiestrándose en el buen escribir, en el buen diseñar de la buena letra, que no es todavía la buena palabra. La letra empieza a ser dibujo. Y el dibujo libera a la palabra escrita de su servidumbre geométrica, del reglón, del margen, de la plana. El dibujo es un paisaje, un boscaje, un laberinto, el último escalón del puerto, la primera nube con gaviota o paloma, la crepitación incierta del mar ante la eternidad de la memoria: El Puerto de Santa María, donde el Atlántico ruge como un toro despellejado y cristalino, sin saber que es una profecía de exilio. Las de Rafael pintor son familias reducidas: tres, cuatro colores, severamente escogidos por sus afinidades misteriosas. Un amarillo huevo y un rosa viejo. Un azul olvido y un lila deslucido. Un violento rojo sangre de gallo y un verde violento de manzana dura. Un chocolate y otro amarillo, este vez tímido. Y el negro, frontera y negación del color, crispado como las plumas de un ave de riña. Todas estas coloraciones y todos estos rasgos del dibujo son, a su vez, palabras. Habitan la frontera indecisa y arriesgada en que todo se mezcla, silencio y grito, presencia y ausencia".

Como puede comprobarse, merecía la pena, como suele decirse, releer y transcribir tan lúcida visión de la dibujística albertiana, difícilmente mejorable tanto analítica como literariamente. Y el texto de Blas Matamoros, también nos lleva a recordar que el arte, como decía Heidegger, es el devenir y el acaecer de la verdad, y necesita del continuo cuidado de sus amantes, para que siga ahí, esperando los regresos del hombre desde todas las vorágines consumistas y fugaces. Haciendo de conciencia del mundo. Y hay que explicarlo con maestría y originalidad, como se hace en el escrito que nos ha parecido idóneo al respecto, cuando hojeábamos y ojeábamos un veinteañero ejemplar de aquella excelente revista de arte que se llamó 'Galería' y donde el poeta dibujante vio magistralmente dilucidado su quehacer gustoso.

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