Descanso dominical
Javier Benítez
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Brindis al sol
Cada vez que se elogia, justificadamente, la efervescencia intelectual de la Barcelona abierta de los años setenta, cuesta comprender cómo desde aquellos logros, ciudad y región hayan, a este respecto, decaído tanto. Porque hay muchos motivos para estar dolidos con las formas utilizadas por los distintos agentes del separatismo catalán, pero quizás el más hiriente sea la ausencia de una sola idea, de una sola propuesta, que pretenda ir más allá de fomentar el odio y la exclusión radical de los no adictos a la independencia. De aquel faro luminoso de entonces, cabía esperar que algunos nombres se dejaran tentar por los cantos de sirena de una idealizada separación de España, o por las dádivas nacionalistas que Pujol repartía pródigamente gracias a los fondos de Banca Catalana. Pero, cuando menos, aquella modernidad de los setenta, tan recordada, hubiera debido estar presente de alguna manera, en algún momento, para limar algo tan rancio como la búsqueda de unas fronteras dentro de un mundo regido ya por el europeísmo. Mas no se presentó. Y todavía se está a la espera, pasados tantos años, de alguna idea nueva que alimente el proyecto nacionalista con algo más que el triste recurso de odiar a España. Y, junto a este fomento del odio, hay otra medida que debe señalarse, una y otra vez, como una infamia borgiana cuyo recuerdo será difícil de borrar: la instrumentalización de una digna lengua, el catalán, como medio de exclusión de otra lengua igualmente digna. Dos lenguas destinadas a lo mismo, a facilitar una amplia comunicación entre personas, obligadas, por el contrario, a ser causa de enfrentamientos entre nacidos en una misma tierra. Una utilización drástica, pues, por parte de los centros de poder del separatismo catalán, de unos sentimientos primarios y manipulables, con el fin de acumular réditos, botín y poder. Olvidando que ese mismo sistema de exclusión ya había sido utilizado por el franquismo contra el catalán y, por ello mismo, algo así nunca hubiera debido repetirse. Todo esto, ya muy sabido, pero hay que recordarlo porque la manifestación de ayer domingo, en Barcelona, puso de nuevo estas cosas en primer plano. Primero, por el motivo mismo de la movilización, pero también por la procedencia y esfuerzo de los convocantes y organizadores. Una vez más, ante la inercia y sucesivas claudicaciones de las instituciones políticas, fueron quince representaciones de la sociedad civil catalana las que se vieron obligadas a escuchar las voces anónimas y tomar la iniciativa.
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