Entre los comentarios y análisis de todo tipo, críticos en general, al nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General del Estado, quisiera añadir un matiz que quizá esté siendo pasado por alto.

Muchas pistas indican que para Sánchez el nuevo puesto de su reciente ministra de Justicia es un ascenso. Primero, el hecho de que ella lo haya aceptado. Luego, que el presidente arrostre, impertérrito, como siempre, las críticas de tirios y troyanos. También que lo haga pasando por encima del nuevo ministro de Justicia, al que no ha dado tiempo de decir esta boca es mía. Por último, el bajo perfil del propio ministro.

No hay que descartar, conociendo a Pedro, que haya nombrado a Dolores como venganza por el perdón que tuvo que pedir por presumir de nombrar él al Fiscal. Pedro Sánchez no olvida una humillación. Una promesa, sí; una humillación, jamás.

Pero el matiz que yo vengo a señalar es que, como todo indica, Sánchez y Delgado han preferido la Fiscalía General al mismo Ministerio de Justicia, nada menos, uno de los clásicos. ¿Por qué? Porque, aunque el ministro de Justicia tiene la autoridad moral e histórica, además de honorífica por ser el Notario Mayor del Reino, posee muy poco poder práctico. Los jueces son independientes, el gobierno del poder judicial es autónomo y se maneja, si acaso, con las mayorías parlamentarias y las competencias de los funcionarios de Justicia pertenecen a las comunidades autónomas. El Fiscal General del Estado, en cambio, sí tiene potestad sobre los miembros del ministerio fiscal. Les da órdenes e instrucciones, amén de otras presiones más administrativas.

Tiene una influencia directa en el desarrollo procesal de los juicios referentes al procés catalán que puede ser nefasta, como están destacando tantos comentaristas. El Fiscal General será una herramienta clave de la llamada "desjudicialización" del proceso. Nos lo están explicando muy bien. Yo veo, además, una pulsión todavía más elemental y más preocupante. Tal vez Dolores Delgado y con más seguridad Pedro Sánchez tienen ciertas dificultades para percibir la noción de autoridad (obsérvese la tranquilidad con la que éste miente o se desdice o el contenido de aquellas conversaciones grabadas a la nueva fiscal), pero un instinto infalible para la orden perentoria y la práctica del poder más desnudo. Mi sospecha es que hay una búsqueda incesante de los ámbitos de mando directo.

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