Pablo Grosso

Ha dado muchas comidas benéficas y otras que, aunque naturalmente cobraba, también eran benéficas

Pablo Grosso pertenecía a esa aristocracia que forman los alumnos de un curso por encima que, además, son deportistas dotados y se muestran simpáticos con los pequeños. Su enorme sonrisa de ojillos azules entrecerrados guardaba siempre como una ironía con una fusión de sabores: algo ácida, muy dulce. Normal, por eso, que se dedicase con tanto éxito a la cocina.

Egoístamente, nos vino de lujo. Primero, por lo bueno que estaba todo. Luego, porque, aunque, con tantos artículos, salgo poco, cuando salía, le veía con bastante frecuencia, ya que nos encantaba ir a lo suyo. Por penúltimo, gracias a su servicio de catering a veces no tenía ni que salir para gozar del punto primero y del segundo. En cuarto lugar, cada verano colaboraba con la ONG Pequeña Nowina en la cita ineludible de su fiesta benéfica, que financia muchos proyectos en Sierra Leona.

Ha muerto demasiado pronto, pero cuánto le ha dado tiempo a hacer, desde África, como decimos, hasta los campos de deporte de nuestra infancia, culminando en su hija, a la que deja un legado de bonhomía, gaditanismo sin solución de continuidad, humor, familia Grosso (prácticamente estirpe) y trabajo incansable e ininterrumpido. Hay muchas más cosas, porque ha sido una vida plena. Basta ver el número de sus restaurantes para entender que no paró de soñar y de trabajar, sin que lo cortés quitase lo valiente. En una sociedad que lampa por empresarios que creen empleo y riqueza, su empuje y su ejemplo nos hacían muchísima falta. El heroísmo de los empresarios actuales necesita como el comer un cantar de gesta.

Pablo Grosso nos ayudó a celebrar mi pedida de mano. En ese rito más íntimo, donde se empiezan a fundir dos familias que hasta ahora se encontraban en la calle, él fue el único ajeno al círculo íntimo. Ya me alegré mucho entonces; pero ahora todavía más. Esa noche también estaba feliz nuestro añorado Federico Joly, y ni se me han olvidado nunca sus risas, ni lo hará la sonrisa de Pablo, que, de otra manera, oficiaba en mi matrimonio.

Ahora caigo –aunque tendría que haberlo hecho antes, tras leer tanto El festín de Babette de la baronesa Blixen y El alma hambrienta de Leon Kass– que había algo tácitamente sagrado en el oficio de Pablo Grosso. En el Juicio, se le contarán tantísimas generosidades y bondades como hizo, pero el Juez Supremo sonreirá especialmente cuando le diga, con un guiño: “Porque tuve hambre y me diste de comer…”

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios