Manuel Romero Bejarano

El Palacio de Villapanés

SOUS LES PAVÈS, LA PLAGE.

HAY un Jerez que recuerda a Nápoles. Sus límites son imprecisos, tal vez la Cruz Vieja, la calle Porvenir, la Hoyanca. Es la ciudad olvidada, la de las casas de vecinos, los almacenes y los talleres en los viejos bodegones. Flores en los balcones. Cal.Toque y cante. Hay ropa tendida a la vista, niños jugando al balón, niñatos con motos ensordecedoras. Aquí todo parece dar igual, cada cosa es lo mismo desde hace siglos, el universo cambia para permanecer intacto. El Cristo, la calle del Sol, la ermita de la Yedra. La eternidad a un paso. Quizás sea sólo la apariencia. Los blasones, los amplios patios, la caoba y los mármoles delatan una historia oculta. Como decían los estudiantes revolucionarios de mayo del 68, la arena de la playa está bajo los adoquines. Detrás de las fachadas desconchadas se esconde un mundo maravilloso.

Una campiña fértil. Un marqués hacendado. Un gran propietario. Trigo y aceite en abundancia. Oro. Todos estos factores entraron en conjunción durante el siglo XVIII en un extremo de la Cruz Vieja. Soy rico y se lo gritaré a todos. Otra vez la misma historia. Maldito orgullo.

Ruina. Volutas de yeso caídas en el suelo. Habitaciones malolientes. Tabiques por todas partes. Una cuadra. Techos cuajados de figuras pintadas a punto de venirse abajo. Salones espléndidos convertidos en cuartuchos. La vulgaridad.

No bastaba con una enorme bodega, un gigantesco granero, un magnifico palacio. Más. Siempre más. La mejor biblioteca de Jerez, costear las obras del sagrario de San Miguel. Una ampliación de la casa y una preciosa portada de mármol traída de Génova. Imaginen lo que no vemos. Música y fiestas, grandes banquetes, carruajes, seda, terciopelo, piezas de plata para el servicio del altar de la capilla, cubiertos de plata, manjares de ensueño, legiones de criados…

Una obra estúpida realizada por un gobierno de necios. Arrasar es restaurar. Aquí no había nada. No había nada. Haremos lo que nos venga en gana. Será por dentro como una unifamiliar cateta. Tal vez en un rincón dejaremos algo del edificio original. Por si no se notó que intervinimos, lo pintaremos por fuera de color butano.

Cuánta envidia despertaría el marqués de Villapanés. Allí, en todo lo alto de la plaza, dividiendo el tráfico, su gran palacio. San Miguel y San Rafael vigilando en las esquinas. Cerrofuerte y Empedrada. El mundo se rindió a sus pies.

En la oscuridad, entre la maleza, subimos por unos peldaños. La escalera más hermosa de Jerez. Gigantesca, preciosa.El gran escenario del noble. Llena de frescos que multiplican el espacio. Por todos lados se abren arquerías, balconadas y balaustradas que nos llevan al campo. No es creíble. No es posible, pero está ahí. Ecos de un paraíso perdido junto a la Plazuela.El engaño dentro de un mundo fantasmal. El poder y la gloria camuflado por el barrio folclórico. Ciudad ingrata. Lo absurdo del destino. La arena de la playa.

¿Por qué? ¿Por qué los jerezanos nos hemos cebado con la memoria del marqués de Villapanés? ¿Por qué estamos dejando que una parte de su casa se caiga a pedazos? ¿Por qué queremos que desaparezcan para siempre las pinturas de sus muros y techos? ¿Por qué hemos destrozado la otra mitad del inmueble con el pretexto de rehabilitarlo?¿Envidia? ¿Desidia? ¿Una ciudad de gañanes? ¿Mentes perversas que quieren borrar de la historia la memoria de un aristócrata podrido de dinero y soberbio hasta decir basta? Tal vez un poco de todo. ¿Por qué?

Ya el gran palacio no domina la plaza. Un ayuntamiento infame decidió borrarlo para siempre con una escultura (que se podría haber colocado en cualquier otro lugar) y dos olivos, como si estuviésemos en medio del campo. ¿Ignorancia o mala fe? Ustedes que han vivido en Jerez durante esos años conocerán la respuesta.

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