¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Objetivo Opus Dei
A la luz del día
Una "superliga" futbolera ha acaparado espacios y tiempos en los noticiarios y las redes, como si se tratara de un acontecimiento decisivo o principal. Sabido es que la relevancia es relativa -aliteración aparte-. De modo que se atribuye importancia en función del particular o compartido asunto que así parece merecerla. La cuestión ha sido que un selecto grupo de clubes de fútbol, los más holgados de presupuesto en la también relativa apretura de la pandemia y sus efectos, ha resuelto, tras la iniciativa de uno de sus presidentes, que podría celebrarse una competición deportiva entre ellos con más suculentos beneficios económicos y asimismo atractiva para los aficionados que llevan tiempo sin acudir a los estadios.
Un antiguo poeta romano de entre los siglos I y II d. de C., Décimo Junio Juvenal, que despachaba ironía mediante sátiras agudas, escribió: "… desde hace tiempo -exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto-, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y solo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo". Eran cercanos los tiempos de Nerón, cuya crueldad y desatino fueron notorios aunque no exclusivos. Sucedido por Vespaciano y, después, por Tito, en medio del periodo como emperador de este último se produjeron distintas calamidades: la erupción del Vesubio, que destruyó Pompeya; una epidemia que acabó con un tercio de la población de Roma y un incendió voraz, durante tres días, que destruyó esa ciudad. Tito, en momentos de tan extrema adversidad, aceleró el final de las obras del Coliseo y ofreció magníficos espectáculos gratis durante varios meses. Otros emperadores, como Julio César y Aureliano, también regalaron trigo o pan como respuesta a las necesidades primarias y medida distractora. Los romanos atemperaban así su descontento con el Senado y se aquietaban mediante los embelesos del circo y las provisiones del estómago: pan y circo. El selecto elenco de estos equipos de fútbol -cuyo acuerdo ha decaído en cuanto amenazaban más las pérdidas a largo plazo que los beneficios a corto- acaso ofrezca un relativo espectáculo a legiones de futboleros alicaídos. Pero la idea, no poco lucrativa ante el menoscabo de ingresos, ha servido, sin pretenderlo, para que se recupere el valor de la arrinconada meritocracia ante el reservado derecho de admisión de los grandes, que han quedado compuestos y sin circo.
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