Paparruchas

Me cuesta creer que un soldado ucraniano se lance al combate con el grito de "¡Por la Agencia Tributaria, camaradas, al ataque!"

El otro día, con motivo del primer año de la guerra de Ucrania, vimos en la televisión a una mujer muy joven que había perdido a su marido en los combates. La mujer tenía un café muy cerca de la primera línea de fuego y servía a los soldados ucranianos que iban y volvían del frente. Un periodista le preguntó por qué estaba allí, tan cerca del peligro, y la mujer contestó -sin pensárselo dos veces- que si su marido había muerto luchando, ella tenía que seguir ayudando a los suyos. Ni se le pasaba por la cabeza abandonar su puesto: "Mientras los nuestros sigan aquí, yo seguiré aquí". Y luego siguió despachando cafés y bollos calientes a los soldados ateridos que entraban en su pequeño establecimiento.

¿De dónde sacan los ucranianos esa inaudita determinación para resistir? Ni siquiera sabemos cuántos soldados y cuántos civiles han muerto en la guerra -las cifras varían y no hay datos fiables-, pero es seguro que han muerto muchísimos (y también rusos, no lo olvidemos, la mayoría soldados y reservistas a los que no se les ha perdido nada en esta guerra). Mientras oía a esta mujer ucraniana que proclamaba su firme voluntad de resistir, me acordé de las burlas -o los simples disparates- con que nos referimos en España a todo lo que tenga que ver con el patriotismo.

"La patria son los impuestos", decía Íñigo Errejón. "La patria es defender la sanidad pública, la educación y los servicios sociales", decía el Gran Wyoming. "La patria se declara en el IRPF", decía un eximio periodista que nunca terminó la carrera de Periodismo. ¿La patria son los impuestos? ¿La patria es la sanidad pública? Sinceramente, me cuesta creer que el marido de esa mujer ucraniana se lanzara al combate con el grito de "¡Por la Agencia Tributaria, camaradas, al ataque!". Hay que ser idiota para creer que una persona se juega la vida por abstracciones descarnadas como los impuestos o los servicios sociales, por muy beneficiosos que puedan ser para nosotros. Si alguien se juega la vida en una batalla, es por un sentimiento mucho más profundo y más indefinible y más incontrolable. Lo hace por un inexplicable concepto de lealtad a lo que considera suyo. Por apego a su pareja y a sus hijos. Por amor a algo que no sabría definir ni explicar, pero que siente muy dentro de uno mismo. Pero jamás por la chatarra ideológica que tanto circula entre nosotros.

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