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Si hubo una cofradía singular en su puesta en escena por encima de todas en la vieja Semana Santa jerezana, esa fue la del Dulce Nombre de Jesús. Fundiendo una tradición mística de procedencia medieval con la teatralidad típica del Barroco creó en el siglo XVIII una procesión con tres impactantes pasos. El historiador Bartolomé Gutiérrez nos la describe así en 1755: "De Santo Domingo sale la de Jesús Niño con la Cruz al hombro, y San Vicente Ferrer de Penitencia, la Imagen de María Santísima de la Confortación, y un hermoso Ángel de estatura natural, acompañándola y confortándola". De todo ello, sólo sigue procesionando el grupo de la Virgen de la Confortación y San Gabriel. Hace poco, el historiador jiennense José Joaquín Quesada ha localizado el origen de este inaudito tema iconográfico en la obra literaria de una religiosa del siglo XVII, María de Jesús de Ágreda. Otra mística, aunque del XIV, fue fuente de inspiración a través de sus revelaciones de un tema igual de peculiar pero mucho menos raro, el del Niño Pasionario, ese Jesús que desde la infancia pre-siente sus futuros padecimientos. Fomentado por la Contrarreforma, este paso con un Cristo infantil cargando con la Cruz se hizo muy popular en muchas ciudades y pueblos, aunque decayó bastante en época contemporánea, siendo pocas las localidades donde sigue saliendo, como ocurre en Arcos o Marchena. En Jerez también se relegó tristemente al olvido cuando la hermandad de la Oración en el Huerto devolvió al culto las imágenes de la extinta del Dulce Nombre en los pasados años cuarenta.

La talla del Niño Jesús, realizada en 1780, recuerda a la estética genovesa de Jacome Vacaro en los ampulosos bucles del cabello. Aunque sea una paradoja hablar de él en medio de esta alucinación de calles vacías, es otro bello testimonio de ese pasado condenado al encierro.

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