El lanzador de cuchillos

Patria y Vida

Que no cuente el pueblo de Cuba con la izquierda occidental, que propaga su discurso exculpatorio

En noviembre de 2016, el jeep que transportaba las cenizas de Fidel Castro recorrió los mil kilómetros que separan La Habana de Santiago entre vítores y aplausos. Durante nueve días, además, la isla estuvo oficialmente de luto y El Heredero decretó el "estado de tristeza": ni descargas ni ronsitos ni un inocente buenos días, porque cuando se muere Fidel los días no son buenos y una simple fórmula de cortesía te podía costar un acto de repudio. Por una vez, el temor a las represalias del régimen no obligó a los cubanos a fingir, como solían, sonrisas en la desolación. Porque la aparente alegría del cubano, que podría confundir al turista poco avisado, siempre ha sido, como el arrebatado bolero de La Lupe, puro teatro. Un falso estandarte, una coraza contra el miedo. Contra un miedo que la población, sojuzgada por la dictadura comunista desde hace más de seis décadas, está, sin embargo, empezando a perder. Después de varios días de movilizaciones en las ciudades del oriente, el domingo pasado la llama de la revuelta prendió en la capital.

La imagen de un hombre solo parado frente a una columna de tanques en la Plaza de Tiananmén se convirtió en la más icónica de las protestas contra la gerontocracia comunista china en 1989. La resistencia cubana ya tiene también su fotografía: la que muestra a dos jóvenes subidos a un coche patrulla volcado en Centro Habana, ondeando una bandera nacional manchada de sangre. Y un himno a ritmo de rap que corean los jóvenes, de Guantánamo a Pinar del Río: "No más mentiras, mi pueblo pide libertad, no más doctrinas; ya no gritemos Patria o Muerte, sino Patria y Vida". El comunismo dinástico de los Castro parecía inmortal, pero gracias al empuje de una juventud hastiada, también en La Habana, más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde caminará el hombre libre. Pero que el pueblo cubano no cuente, en su lucha, con la izquierda occidental. El sedicente progresismo -siempre tan hooligan de los regímenes que menos progresan- propaga estos días su discurso exculpatorio de un régimen que se niega a definir dictatorial. Sorprende que individuos con la piel tan fina para señalar los déficits democráticos de los países más avanzados se muestren, sin embargo, tan laxos con dictaduras feroces como la cubana. En el caso de Black Lives Matter se comprende la empatía, porque su objetivo es el mismo: poner a todo el mundo de rodillas.

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