Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Peleas callejeras

EL pasado fin de semana hubo movilizaciones con altercados para todos los gustos. En Madrid, un numeroso grupo de jóvenes acabó su botellón en Pozuelo con un enfrentamiento en toda regla contra la Policía, quema de vehículos y un intento de asalto al cuartel policial. En Sevilla, un grupo de jornaleros del Sindicato Andaluz de Trabajadores invadió la sede de Canal Sur e intentó impedir la salida de un AVE con destino a Madrid. Y en el País Vasco, un comando de los cachorros de ETA metió fuego a varios coches en un garaje de Rentería. En vasco le dicen a esto kale borroka, en castellano lucha callejera. Es un asunto al que algún insensato quiere verle el lado romántico, como en aquella canción de 1968, Street fighting man de los Rolling Stones, que consideraba el verano un tiempo excelente para peleas callejeras.

Hay muchas maneras de protestar y reclamar. Las más fáciles, son contra el gobierno de turno, ya sea municipal, regional o nacional. En este campo trabaja el sindicato andaluz, que ya consiguió el 21 de agosto en Córdoba cortar la vía del AVE durante 90 minutos, retrasar ocho trenes y tomar la sede de Cajasur: pretenden una ampliación del subsidio agrario, por la crisis. Estos cortes de carretera o ferrocarril perjudican a los ciudadanos, que deben después pagar la factura de lo que se reclama. Pero ojo, si la crisis deja el campo andaluz más subsidiado, habrá pasado como un rodillo por su futuro.

Las más estúpidas son las manifestaciones gratuitas. Recuerdo que en febrero de 1998 unos belgas le estamparon unas tartas a Bill Gates en la cara. Ocurrió en Bruselas. El dueño de Microsoft, que contra su costumbre iba de chaqueta y corbata, no descompuso su ademán, aunque su rostro, sus gafas, su oreja derecha y su traje quedaron llenos de nata. Gates se lo tomó con humor: dijo que el dulce no estaba sabroso. Los autores de la agresión no reivindicaban nada: simplemente buscaban 15 minutos de gloria, al actuar contra una celebridad. Un acto de gamberrismo, vamos. Y además, barato. La condena de la justicia belga fue otra broma: 12.000 pesetas de multa. Esta es la liga en la que juegan los niñatos de Pozuelo de Alarcón, si no fuera por lo peligroso de su diversión. Lo hacen borrachos, sí, pero en la confianza de que la sanción será ridícula. (La kale borroka es otra historia. Terrorismo callejero a manos de canallas cómplices de asesinos).

Hay protestas más elegantes. Cuando le concedieron a Marlon Brando su segundo Oscar, por El Padrino en 1973, no fue a recibirlo y mandó en su lugar a recogerlo a una india para protestar por el trato que la industria cinematográfica había dado a sioux, cheyennes y demás. Elegante, quizá porque los Oscar no se entregan en verano, el tiempo excelente para las peleas callejeras, según Mick Jagger.

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